Suculenta. Tanto que ni yo mismo lo podía negar. Un bocado de
placer. Menos generoso en curvas sería. Lo mío, natural, ha sido el músculo. La
grasa, ojalá. Que las hacen, y bien grandes, sin celulitis, duras. Pero, lo
confieso, yo las prefiero naturales. También las tetas. Con su blandura. ¡Qué
no diera yo! Crecí con esa idea de lo suculento. Viéndola, me veía: levantados
los brazos, uno, debajo de la cabeza; el otro, apenas reposando en la almohada,
no sólo son el gesto mismo del abandono sino de ofrecimiento. ¡Ah!, se percibe
el humor de la lujuria. ¡Maja maldita!, me mataba. Yo quería producir el mismo
efecto, y quería que viéndome, la vieran. También que aplaudieran mi toque de
originalidad: no posaría en un sofá sino en una mesa de billar. Pero me faltó
imaginación para conseguir la mesa. Pero, los sueños te alcanzan. Y la mesa me
encontró a mí. Me faltó el aire, mi amado, que conoce todas mis fantasías,
saltó de la emoción, me dijo: Henry, amado, si no es ahora, no será nunca. Libardo,
amado, tenés razón, dije y salté sobre la mesa. Él tomó su cámara, hizo el
encuadre, cómplices fueron la luz
oblicua que entró por el ventanal, una pareja y un empleado del hotel, también
de los nuestros. Ellos asistieron al momento de lo nunca imaginado. Cuando mi
cuerpo rozó el verde paño, me vistió la pose como un traje del deseo, y una
pierna, en ligera flexión, reposó sobre la otra, en sexi ademán. La Maja me
atravesó con sus doscientos años de lujuria. Lo juro. La cámara no miente. Ni
esa noche de amor. Noche loca.
PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS 2015 CON: ¨LA HOGUERA LAME MI PIEL CON CARIÑO DE PERRO¨ PUBLICADA POR SEIX BARRAL CON EL TÍTULO: "AFUERA CRECE UN MUNDO" Esta página es sobre palabras de mujer ... Les adelanto que ellas tienen resonancias del siglo, menos por llevar medio vivido que por el gusto que me dan las palabras que dicen verdad, fantasías, las que dicen mentiras y las feas, las palabrotas emocionales que insultan y exclaman, y las palabras alucinadas.
miércoles, 8 de noviembre de 2017
miércoles, 1 de noviembre de 2017
LA PIEDAD
Toc-toc. Adelante. Indecisa
la puerta oscilaba sobre sus goznes ¿abro?, ¿cierro?, ¿le machuco un dedo? Ella
empujó. También el humor de la enfermedad le opuso resistencia y ella lo disipó
con la decencia que a todo se sobrepone. Y su abanico de Carey. Y lo vio surgir
del lecho y levitar. La enfermedad aligera el peso de las culpas, pensó ella
sin más reproche. Albura de sábanas tenía el alma. Y exhalación de hipoclorito.
La fiebre operaba inocencia en sus pupilas, sus ojos alumbraban, sólo por
motivos protocolarios permanecía encendida la luz mortecina del bombillo led,
ojito de cocuyo. Mística fue la experiencia de encontrarse, en persona, con la
postrera fuerza levantando esa humanidad carcomida. Firme la cabeza, aunque
silbando el pecho, tartamudeó el saludo de toda la vida, la vida pasada: ¿Qué
hay de cosas? Y la habitación se estremeció. Ella lo apaciguó: No se aterre, no soy un
fantasma, dijo. Soy yo misma en persona. Hombre levitado, dijo: En cambio yo
soy una sombra de mí. De todas maneras, aterrizó. Y le ofreció el borde de la
cama para que ella se sentara. ¿O le pidió su calor? Ella prefirió buscar una
silla para estar cómoda, sostenida y recta la espalda, en el espaldar. Hablaron
de cosas: el clima, el desempleo, los diálogos de paz. Los hijos de los dos, a
esas alturas, con sus vidas resueltas. Las manos se buscaron, como la primera
vez, desprevenidas y a hurtadillas. Que ellos no se dieran cuenta. Ella apretó
su fiebre, el apretó un alma reposada, como si el abandono no hubiera ocurrido.
Sin embargo, habían estado en orillas opuestas durante años, con tres
coyunturas definitivas: cuando él huyó con otra mujer y la dejó a ella, la de
ahora, a la vera del camino con las rodillas sangrantes; cuando ella lo mandó a
buscar con el hijo mayor y una notica en la que decía: Aquí no ha pasado nada.
Regresa. Pero él no quiso volver; y años, muchos años después, cuando él buscó
un alero para salvaguardarse del chubasco de arrugas y de males, y ella le
dijo: ¡Váyase pa’ la mierda! Ella nunca decía groserías, de manera que hablaba
en serio. A la mierda se fue y allá se quedó hasta el día de hoy, en que moría.
Las palabras discurrieron por atajos, a veces caían en cavernas de silencio
pero los guiaban, las manos entrelazadas. Fue una visita especial: corta para ambos
aunque se prolongó por horas. Tres para ser exactos. Después, ella se incorporó
palmoteando la mano febril de él que todavía quería más presencia. Todo en él
pedía piedad, pero ella se despidió. Él la vio ir. El hijo, que en la época del
abandono llevara el recado, la esperaba al otro lado de la puerta. Había ido y
vuelto varias veces a la casa sola. Caminaron en silenció, luego el hijo habló.
Cuénteme, madre. Y ella respondió: Él no me pidió perdón y yo no le dije que lo
perdonaba.
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