miércoles, 7 de febrero de 2018

PLASTINACIÓN

Con las variantes que dicta la madurez conservé una inquietud infantil: verme por dentro. De niña me invadieron incógnitas sobre la parte oculta de mí misma, mis adentros se dejaban sentir con peristaltismos, latidos, tinnitus, dolores. Pero cómo sería recorrerlos en su conjunto,  quizá nos hacía falta otro sentido. Una película respondió a mi inquietud: “Viaje fantástico”, 1966. Me trancé: el cine me permitía mirarme por dentro.  Después vinieron los artículos de la revista “Selecciones”: Soy el corazón de Juan, los pulmones de Juan, las venas de Juan, etc. De adulta, entonces, me hice asidua de la National Geographic.  ¡Oh, mi cuerpo!, exclamó Whitman que le cantó al cuerpo y enumeró sus partes. De manera que cuando anunciaron Los Cuerpos de Gunter Von Hagens  me emocioné. Llegaba al museo La Tertulia de Cali una muestra amplia de la anatomía que está debajo de la piel. Esta vez, en lugar de inquietud, tenía expectativas. Me pregunté si en la colección vendría la piel. Ya la había visto, en una fotografía, exhibida por un cuerpo como si fuera un zurrón. ¿Menos dramático? Está bien, pero igual de ilustrativo: una funda. Eso se llamaba composición. Crecieron mis expectativas. No sólo aparecían los órganos como si estuvieran irrigados por sus torrentes. La genialidad vinculaba la ciencia y el arte, y no se sabía en qué lugar ubicar la producción. En ambos lados porque todo se entrevera, opiné. La conjunción entre la ciencia y el arte, en todo caso, producía la plastinación. Pero, ¿en qué consistía? Con el fin de asistir menos ignorante a la exposición, eché mano de mis nociones sobre embalsamamiento y entendí: el centro Von Hagens inicia el proceso con la misma batalla de todas las civilizaciones a lo largo de la historia que consiste en neutralizar la postrera manifestación de la vida en el cuerpo: las bacterias. Estos tiempos cuentan con el formaldehido. En la siguiente etapa, y tal como lo establecieron antiguas civilizaciones, se extraen los fluidos pero con técnicas más contundentes: inmersión en acetona, exposición a una solución polimérica, encerramiento en una cámara de vacío. Los químicos lo pueden explicar. Dicen que el vacío esfuma la acetona y la solución impregna cada célula. Después, el cuerpo, o su parte, ya investido de plástico recibe el toque último para la consolidación de esa especie de eternidad. Se lo confieren, como un soplo de vida, tres componentes, los de siempre, los únicos: calor, luz y, un elemento gaseoso, equiparémoslo con el aire. Ya, menos ignorante, estuve lista para  sumergirme en una alucinación, de qué otra manera llamarle al milagro de verse uno por dentro. Al momento del ingreso fui presa de los efectos que, en mí, produce el arte: expansión del espíritu. Mudez.  Como irrigada por sus líquidos, dominaba el panorama la anatomía muscular en varios de sus actos: correr, danzar, saltar, amar. Concluí, de paso, que yacer no tiene gracia. No niego el gusto. Los repasé varias veces antes de quedar extasiada ante ese cuerpo hermoso que exhibía, como un ropaje, su piel. Interpreté: apenas un órgano, el externo y protector de  los veinte restantes. ¡Maravilloso! Pero, uno de veintiuno. Sólo uno. Así voleado como un trapo, alude a la infamia más perniciosa de la humanidad: el racismo. Piel, en película de plástico, incolora. En cien años tendrá el color de la tierra. Continúo: me regocijé viendo el sistema vascular, las intrincadas redes arteriales, los cortes transversales y sagitales del cuerpo, estuve boquiabierta ante el corazón, los riñones, los pulmones. Pero me desconcertó un detalle: una banda en la muñeca. Me dije: se desparramaron los tendones a causa del traslado, y alguien, un lego absoluto, echó mano de un recurso prosaico, casi reprochable, para sostenerlos. ¡Los fijaron con un micro poro!, exclamé en voz alta. Y la vergüenza cedió en ternura, de esa que se deshace en lágrimas, hacia la naturaleza y sus procedimientos, cuando alguien me explicó: Es el ligamento que sostiene los tendones. Luego, tomándome un café, recordé al poeta: …la expresión del hombre perfecto se manifiesta no sólo en su rostro/Está también en sus miembros y articulaciones; está, de modo singular, en las articulaciones de sus caderas y de sus muñecas.