La lente la captó en un pique de gacela. Una sucesión de zancadas
estaban presentidas en el arranque, grácil, no pudo ser de otro modo. Ni
siquiera de huida, tal es el refinamiento de las gacelas. Y ella va seguida de
su vertiginosa trenza. El diseño del traje, secundario, dice de los años
setentas. A la imaginación le quedaba establecer si ella huía o si jugaba. O
ambas cosas, quizá a causa de un aguacero. Un criterio escueto habla de plasticidad,
lo cual, aunque cierto, no lo dice todo. Apenas establece una mediana verdad
que se fundamenta en torsiones con la pierna sobre la cabeza y otras poses que
no por menos circenses pierden ese carácter extraordinario. A veces las
despernancadas parecieran ser cosa de su metro con noventa de estatura. Llega a
resultar evidente que una mujer muy alta brinque y le quede bonito; que otra
cosa no promete la longitud de sus piernas, en total armonía fémur, tibia y
peroné. Que en retribución a su gracia acude la danza aunque no suene música. Tales
condiciones, sumadas al hecho de que la top model tuvo formación en arte, lo
cual pudo sensibilizarla hacia formas elevadas de posar, en acertado performance,
hasta hacerse musa del body painting, si bien contribuyen a la verdad sobre Veruschka tampoco dan cuenta de su magia. Lo
que se esclarece a fuerza de observarla es que su esqueleto cupo en cualquier
piel, corteza o materia. Y que si se la mira, mujer de carne y musgo; alto pavo
real en actitud de vuelo imposible; si se establece que el relámpago vibró al
ritmo de sus pulsos; si se la ve como moldura y talle integrada con suma seriedad
de ladrillo a la pared de una casa; si hiende el cielo, siendo tronco
discernible sobre el tallo de un árbol que murió de pie; si repta verde sobre
ramas vivas; si convoca toda la plástica del sigilo felino; en fin, si en un
montón de piedras rodadas, porque la piedra rueda sobre sí misma/alma doliente vagando a solas/, etc., si en playa de
río es piedra que duerme, canto rodado, sereno, podemos hablar de una
dialéctica de los espíritus. Con suma facilidad concluimos que hubo intercambio
de vibraciones entre Veruschka y la piedra, la pared, el leopardo, la
serpiente, el musgo, la ventana, el rayo, el ave, el árbol calcinado, y que en
íntimo diálogo, ella y cada una de tan múltiples cosas se dijeron: Porque todos los átomos que me pertenecen, también
te pertenecen.
PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS 2015 CON: ¨LA HOGUERA LAME MI PIEL CON CARIÑO DE PERRO¨ PUBLICADA POR SEIX BARRAL CON EL TÍTULO: "AFUERA CRECE UN MUNDO" Esta página es sobre palabras de mujer ... Les adelanto que ellas tienen resonancias del siglo, menos por llevar medio vivido que por el gusto que me dan las palabras que dicen verdad, fantasías, las que dicen mentiras y las feas, las palabrotas emocionales que insultan y exclaman, y las palabras alucinadas.
jueves, 14 de diciembre de 2017
miércoles, 8 de noviembre de 2017
COMO LA MAJA DESNUDA
Suculenta. Tanto que ni yo mismo lo podía negar. Un bocado de
placer. Menos generoso en curvas sería. Lo mío, natural, ha sido el músculo. La
grasa, ojalá. Que las hacen, y bien grandes, sin celulitis, duras. Pero, lo
confieso, yo las prefiero naturales. También las tetas. Con su blandura. ¡Qué
no diera yo! Crecí con esa idea de lo suculento. Viéndola, me veía: levantados
los brazos, uno, debajo de la cabeza; el otro, apenas reposando en la almohada,
no sólo son el gesto mismo del abandono sino de ofrecimiento. ¡Ah!, se percibe
el humor de la lujuria. ¡Maja maldita!, me mataba. Yo quería producir el mismo
efecto, y quería que viéndome, la vieran. También que aplaudieran mi toque de
originalidad: no posaría en un sofá sino en una mesa de billar. Pero me faltó
imaginación para conseguir la mesa. Pero, los sueños te alcanzan. Y la mesa me
encontró a mí. Me faltó el aire, mi amado, que conoce todas mis fantasías,
saltó de la emoción, me dijo: Henry, amado, si no es ahora, no será nunca. Libardo,
amado, tenés razón, dije y salté sobre la mesa. Él tomó su cámara, hizo el
encuadre, cómplices fueron la luz
oblicua que entró por el ventanal, una pareja y un empleado del hotel, también
de los nuestros. Ellos asistieron al momento de lo nunca imaginado. Cuando mi
cuerpo rozó el verde paño, me vistió la pose como un traje del deseo, y una
pierna, en ligera flexión, reposó sobre la otra, en sexi ademán. La Maja me
atravesó con sus doscientos años de lujuria. Lo juro. La cámara no miente. Ni
esa noche de amor. Noche loca.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
LA PIEDAD
Toc-toc. Adelante. Indecisa
la puerta oscilaba sobre sus goznes ¿abro?, ¿cierro?, ¿le machuco un dedo? Ella
empujó. También el humor de la enfermedad le opuso resistencia y ella lo disipó
con la decencia que a todo se sobrepone. Y su abanico de Carey. Y lo vio surgir
del lecho y levitar. La enfermedad aligera el peso de las culpas, pensó ella
sin más reproche. Albura de sábanas tenía el alma. Y exhalación de hipoclorito.
La fiebre operaba inocencia en sus pupilas, sus ojos alumbraban, sólo por
motivos protocolarios permanecía encendida la luz mortecina del bombillo led,
ojito de cocuyo. Mística fue la experiencia de encontrarse, en persona, con la
postrera fuerza levantando esa humanidad carcomida. Firme la cabeza, aunque
silbando el pecho, tartamudeó el saludo de toda la vida, la vida pasada: ¿Qué
hay de cosas? Y la habitación se estremeció. Ella lo apaciguó: No se aterre, no soy un
fantasma, dijo. Soy yo misma en persona. Hombre levitado, dijo: En cambio yo
soy una sombra de mí. De todas maneras, aterrizó. Y le ofreció el borde de la
cama para que ella se sentara. ¿O le pidió su calor? Ella prefirió buscar una
silla para estar cómoda, sostenida y recta la espalda, en el espaldar. Hablaron
de cosas: el clima, el desempleo, los diálogos de paz. Los hijos de los dos, a
esas alturas, con sus vidas resueltas. Las manos se buscaron, como la primera
vez, desprevenidas y a hurtadillas. Que ellos no se dieran cuenta. Ella apretó
su fiebre, el apretó un alma reposada, como si el abandono no hubiera ocurrido.
Sin embargo, habían estado en orillas opuestas durante años, con tres
coyunturas definitivas: cuando él huyó con otra mujer y la dejó a ella, la de
ahora, a la vera del camino con las rodillas sangrantes; cuando ella lo mandó a
buscar con el hijo mayor y una notica en la que decía: Aquí no ha pasado nada.
Regresa. Pero él no quiso volver; y años, muchos años después, cuando él buscó
un alero para salvaguardarse del chubasco de arrugas y de males, y ella le
dijo: ¡Váyase pa’ la mierda! Ella nunca decía groserías, de manera que hablaba
en serio. A la mierda se fue y allá se quedó hasta el día de hoy, en que moría.
Las palabras discurrieron por atajos, a veces caían en cavernas de silencio
pero los guiaban, las manos entrelazadas. Fue una visita especial: corta para ambos
aunque se prolongó por horas. Tres para ser exactos. Después, ella se incorporó
palmoteando la mano febril de él que todavía quería más presencia. Todo en él
pedía piedad, pero ella se despidió. Él la vio ir. El hijo, que en la época del
abandono llevara el recado, la esperaba al otro lado de la puerta. Había ido y
vuelto varias veces a la casa sola. Caminaron en silenció, luego el hijo habló.
Cuénteme, madre. Y ella respondió: Él no me pidió perdón y yo no le dije que lo
perdonaba.
viernes, 20 de octubre de 2017
jueves, 19 de octubre de 2017
TRANSFIGURACIÓN DE LA ABUELA
Quedé viuda y algo desalojó mi cuerpo, ¡pah!, hizo saltar un
tapón unánime que amarraba sentidos, espíritu y cabeza, todos en uno como la
Trinidad, juro que lo oí: ¡pah! y floté. ¡Cómo era de liviana la luz! Ahí
estaba, bajo mis pies y yo, la sobreaguaba, chapoteando, perdida la mirada ante
esa curiosa dimensión que cobraba el mundo: liviana. En plácida armonía las
cosas con la fuerza de gravedad. Y ella conmigo, leve. Para mis hijos que,
estupefactos, me miraban, lo que sucedía era que, bajo mis pies, y sólo bajo
mis pies, el piso se movía. Nada pudo evitar que sobre mi renca humanidad cayeran
pésames rapaces, agobiantes conmiseraciones, chubasco de lágrimas. Demasiada
cosa encima de mi mareo. Afligidos, mis hijos lloraban un duelo doble, su padre muerto y su madre viuda. Tenía que
ser infinito su dolor, tanto que el llanto se quedaba corto para expresarlo. Entonces,
ella, o sea yo, vomitaba, cómo vomitaba. Las arcadas me dejaron incapaz de
servirme del bastón que uso desde los cuarenta y siete años… … Dejemos a los
muertos descansar en paz. De nada sirvieron el mareol, ni las agüitas, ni el
apretón sincero. En brazos de un par de
nietos encabecé el cortejo fúnebre. El mareo
y no otra cosa me mandaba de bruces contra el féretro. El ansia quería
desalojar órganos y mucosas, y mi estómago respondía con sus diezmados jugos. Compungidos
los asistentes, ni siquiera fruncieron la nariz, para ellos, estoy segura, ese fue un creativo
espectáculo del dolor. De regreso pedí a mis lazarillos que caminaran despacio
porque yo estaba sintiendo demasiado. Así se los dije: Sintiendo demasiado. La
sorpresa me impedía ser precisa: Sintiendo demasiado diferente. Ellos me
miraron como al que se muere. Dicen que detectaron en mí una extraña levedad, y
la identificaron con el paso por el túnel aquel, el que antecede al último resplandor de las neuronas. ¡Yo le
seguía los pasos a su abuelo! Se lo comentaron a sus padres: Menos no se espera
de una unión de cincuenta años, dijeron ellos. Pero yo los consolé. O los
decepcioné. Entre nueve hijos y cuarenta y siete nietos caben las dos
alternativas. Les dije: ¿Así se siente la vida? ¿De manera que el alma no es de
plomo? Yo creía. A nadie nunca le pregunté pero siempre me resultó muy raro que
este cuerpo pesara menos que el alma invisible. De niña no lo supe porque los
niños ignoran muchas cosas. Lo supe a los catorce años, poco después del
matrimonio. Y me acostumbré. Entonces, perdí de vista esta forma de sentir la
vida: liviana y agradable. ¡De manera que existe otra forma de sentir!, ¡de
manera que el aire se deja respirar!, dije. Y todos se miraron. Y no dijeron
nada cuando les anuncié: Para estrenar mi nuevo ser, me voy a conocer el mar.
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