tag:blogger.com,1999:blog-87171559614629461962024-03-18T20:09:28.686-07:00PALABRAS PARA ENDULZAR EL CAFÉPREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS 2015 CON: ¨LA HOGUERA LAME MI PIEL CON CARIÑO DE PERRO¨
PUBLICADA POR SEIX BARRAL CON EL TÍTULO: "AFUERA CRECE UN MUNDO"
Esta página es sobre palabras de mujer ... Les adelanto que ellas tienen resonancias del siglo, menos por llevar medio vivido que por el gusto que me dan las palabras que dicen verdad, fantasías, las que dicen mentiras y las feas, las palabrotas emocionales que insultan y exclaman, y las palabras alucinadas. Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comBlogger30125tag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-41639205847319595032019-05-23T09:43:00.003-07:002019-05-23T09:43:14.880-07:00GUITARRERA<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">En realidad sí nos creó un soplo, un aleteo repentino del
aire no se queda en viento sino que produce efectos insospechados, en mi caso
estremecimiento y un oficio. Como primera medida, se me erizaron los pelos, no
digo vellos porque el cuero cabelludo reaccionó en mi región occipital. Yo
estaba en la elba, acababa de zarandear el café, abajo, la casa sola, ni gato
que trepara ni perro que batiera la cola, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>el
minino estaba confinado en una jaula mientras sanaba de una conjuntivitis; y
Conga andaba detrás de mi papá recorriendo la finca, mi madre estaba mercando.
Los hermanos, en la escuela. En el corredor,<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>colgaba de un clavo la guitarra, nadie la tocaba, años atrás la había
comprado mi papá por un doble motivo: un despecho y una canción: “Llora
guitarra porque eres mi voz de dolor” Nunca lloró ni ella ni nadie tocándola.
En su lugar, nací yo, entonces mi padre preguntó sobre guitarristas famosos y
el profesor, en el bar de Manolo, le dijo: Jimmy Hendrix. ¿Quién es? Ya le
dije: un guitarrista. Pero, ¿qué toca? Rock. Yo no soy aficionado al rock,
mejor le pongo Garzón o Collazos, ¿cómo quedaría uno de esos apellidos para
bautizar una niña? Garzón significa muchacho, viejo man, una ligera diferencia
con el francés en cuanto a la escritura, pero es muchacho. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Collazos, por su parte, sólo habla de un
apellido, además, ellos no son famosos ni siquiera aquí, en cambio Hendrix es
una estrella de talla mundial. Como los nombres raros siempre hacen carrera, mi
papá lo consideró, no me puso Jimmy porque las niñas no se llamaban así, en cambio
Hendrix podía pasar por femenino. Ya con uso de razón estuve de acuerdo con
tener nombre de guitarrista pero hubiera preferido llamarme Santana Molano Torres,
primero porque escuché a “Flor de luna” y a “Mujer de magia negra”, segundo
porque en la escuela me matoneaban: liendre, me decían. Llegué a fantasear con
que me llamaban Santana, pero cuando soñaba no lograba imaginarme a mí misma
sino a Carlos Santana, que <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>vibraba como
una cuerda cuando tocaba la guitarra, así lo había visto por primera vez <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>en un video de Woodstock, si alguien no queda
impactado es porque está muerto.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>El
sonido de una <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>guitarra, entonces, me
inspiraba, no para tocarla sino para sentir. Después quise<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>bailarme el cuatro de Yomo Toro, ahora
definía lo sublime: el espíritu cuando desborda la materia. Supe cómo se
llamaba por Héctor Lavoe que lo nombraba en “La murga de Panamá” Después lo
identifiqué en muchas canciones de la Fania all Stars. Antes, de chiquita,
escuché otras guitarras, las de Garzón y Collazos, los ponían en la emisora que
sintonizaba mi papá, yo pensaba que se trataba de un sonido torrente de cuerdas
en “Los guaduales” Yo era una muchacha musical, sin embargo nunca bajé la
guitarra de su clavo hasta ese día. Dejé el café bien esparcido en sus cajones,
abajo todo quieto, el platanal y los cafetales. Y ni un pájaro volando.
Entonces mis oídos escucharon un leve sonido de cuerdas. Al principio me asusté
pero bajé a hacerle frente, estaba dispuesta a desmayarme del susto al ver nada
menos que al duende con su sombrero más grande que él, pues el sonido era
dulce, sólo una guitarra destemplada lo espantaba. Pero, además de considerar
al mito con su leyenda también elaboré una explicación: un amague repentino de
los vientos de julio se coló por entre el platanal, entró al corredor y
estremeció las cuerdas de la guitarra. Se entabló un contrapunteo conmigo: No
había viento. Dije amague. No había viento. Amague significa repentino. No,
significa intento. En el diccionario, pero en el mundo real puede ser un soplo
de viento porque julio ya está llegando. Hmmm. Es un llamado. Hmmm. El duende
no existe. Hmmm. Esas dos expresiones de mí misma, entiéndase miedo y valor, establecieron
su equilibrio en ese punto medio que permite el desempeño corriendo pequeños
riesgos aunque sin epifanías verdaderas. Descolgué la guitarra: lo primero que
hice fue ejecutar un rasgueo y estornudar a causa del polvero. Pisé tres cuerdas,
no sé cuáles, siguiendo una lógica elemental: cada dedo pisó una cuerda, y
quizá porque cordial y anular se apoyan en la caligrafía los puse en el mismo
traste; y porque el índice conserva una relativa independencia con respecto a
los otros dedos quedó en el traste anterior. Juro que sonó un acorde. Quedé
encantada aunque con rinitis. Luego, limpiando la guitarra exploré las clavijas
y el oído me orientó, estaba dotada como casi todo cuerpo. Establecí un
charrangueo con la misma posición de los dedos pero bajando y subiendo por el mástil.
Desestimé el hecho de que no hay peor ruido que el de un instrumento mal tocado
y pasé charrangueando unas cuantas tardes, hasta que<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a mis padres les hizo ilusión y me
fotocopiaron una cartilla. Las claves de sol y de fa fueron mis caballitos de
batalla, ellas se encargaron de afianzarme en una práctica que, para mi salud
mental, oscila entre afición y oficio, de manera que transito una zona de
amplio espectro de la cual no precisaron ni <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Santana ni Hendrix porque, en un giro de
tuerca, transmutaron su ser en vibración, sino cómo es que del nylon brota alma
o se fusionan fibras, cómo es que de su toque emerge el espíritu humano. El
resto de mortales constituyen un telón de fondo, yo entre ellos, rasgando la
guitarra con la misma técnica de cualquier mortal, para ganarme la vida en
noches de ronda. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
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<br /></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-46708570929291755882019-02-06T15:07:00.000-08:002019-04-22T16:42:43.604-07:00EL BESO MÁS TRISTE<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;">Pobre mi boca, ella sola se
escabulle con una risa, suena jijí, horrible. Digo que no lo quiero pintar, borro ese medio beso carmín que le quedó en la piel, lamento la mancha en su camisa, intento
preocuparlo, habrá un reproche, con justa razón, ¿qué dirá? Que te amo. Lástima
no poder decirle: viejo tonto. En cambio me afano, cómo es de útil el dedo
índice, porque resulta ser lo menos asquiento de mi cuerpo, con aplicación
limpio la mancha en su cuello, así compenso las muchas veces que lo esquivo.
Odio sus labios blandos, cuando me dice que lo bese a puerta cerrada me dejo
besar, me da una orden perentoria: ¡Bésame! No cierro los ojos, los aprieto con
un temblor de párpados, ya sé cómo es chupar una víscera cruda, ¡si pudiera
pensar en otro! Aquí, en el restaurante, la señora de enfrente me dijo con una
mirada: De manera que te vendés…, y no me refiero a la prostitución, las
trabajadoras sexuales no se venden, ellas ejercen un oficio, además, tienen sus
reglas, ¿una? No besan. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Creo adivinar
por qué: la boca es receptora de una cosa muy sagrada: el pan de cada día. Con
una mirada también me fustigó, cuando él trataba de voltear mi cara para
besarme la boca. El beso cayó en la comisura, ella dijo: ¡Qué asco!, ¡guácala!,
grandísima tonta. Me humilló con una mirada en sesgo: yo estoy aquí, libre, con
mi marido, cinco años de diferencia no quita que seamos contemporáneos; ¿ves?,
nos besamos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;">Yo clamaba al cielo: que llegue
la comida, que llegue. Tenía el plan de ocupar mi boca en toda su capacidad.
Qué tal atarugarme y hacerlo comer a él, ofrecerle de mi plato. Porque hoy tuve
el acierto de pedir un menú distinto del suyo. La señora, eso es ella, su
pechuga de paloma no miente, la proyecta hacia adelante y se le eleva el mentón,
y su pico purísimo, ella le ha hecho el comentario al esposo, es lo más seguro,
porque él también me mira en el preciso momento en que Campo<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>me voltea la cara de un blando manotazo, esta
vez. Yo hacía que escuchaba sus palabras babosas: ¿Ah?, pasamos la tarde
juntos, quiero quererte toda, desde la punta de los pies hasta la coronilla;
hasta tu boca rica. Hoy la palabra más fea del vocabulario es la palabra
“rica”, le suena una “i” contaminada de “u” y de morbo. La señora, sé que le
detalla su cara fofa, pero aunque ella sepa, no sabe que más lo son sus labios;
en lo que sí acierta es en que se tintura el pelo para salir conmigo, que se
pone camisa estampada para verse jovial, que es obcecado y se le olvida su
dolor, que parece adinerado porque sale con una muchacha bonita. Sí, sé que lo
vio inflarse como un balón, tiene fisonomía para verse así. ¿Por qué miras a
ese tipo?, ¿lo conoces?, dice. Su mujer nos mira, digo. Es una vieja chismosa,
dice. Pero ella es menor que Campo, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>podría
ser su hija, y yo, hija de ella. Él habla herido porque no puede decir: ella te
tiene envidia. No sabe decir: ella te compadece. No dice: ella piensa que estás
conmigo por la plata.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>La señora sabe mirar sin dirigir sus ojos
hacia el objetivo. Tiene un campo de visión semejante a… ¿cuál es el animal que
abarca trecientos sesenta grados con sólo mover los ojos?, ¿es un reptil? Así
es ella, y con un único punto ciego: la náusea. Él intenta volver mi cara hacia
la suya, los labios se estiran para pescar mi pobre boca; pero mi cabeza tiene
una traba, el músculo se encalambró, hay un atascamiento en las vértebras. La
señora ríe mientras come, habla con su marido, la risa parece agua fresca; él
la acaricia, ella recibe la caricia como si le cayera una flor encima. Campo,
le digo así porque esa parte de su nombre me suena bien, decirlo completo, Campo
Elías, me produce algo entre rabia y vergüenza, él habla palabras viscosas, yo
no sabía que las palabras tuvieran textura, y las atraviesa con un resuello, él
hiere de muerte a las palabras… Palabras, deseos, cosas a destiempo, prematuro
es algo que se adelanta a su momento; ¿existe una palabra para aquello cuyo
tiempo ya pasó? <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;">Sentí la mirada de la señora,
mientras escuchaba a su marido me miró: ¿Ya viste que los hombres viejos se
convierten en sapo cuando están con una muchacha? Pues yo sí, desde mi puesto
lo veo; <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>debés tener sensación de
mariposa cuando se queda pegada en la lengua del batracio. Hay que tener en
cuenta, muchacha, que nunca un sapo se ha convertido en príncipe; y que ninguna
metamorfosis entre especies resulta ser exitosa, ¿viste La mosca?, muchacha. Y,
¿te has preguntado por qué el hombre araña se viste con ese ridículo traje y
esa sofocante máscara? No señora, no vi La mosca, he visto el tráiler, cuando
él se está transformando. Es una película vieja. Pero actual, muchacha, ¿ves?,
apropiada para este momento. Tampoco había caído en cuenta de la pinta del
hombre araña, debe ser bien feo por debajo, digo, en su anatomía cuando sufre
la metamorfosis. Y, sí, usted deduce bien a partir de lo que ve; yo lo siento y
le confirmo: también tiene la piel fría y las manos torpes, como si todo él
fuera una vejiga. Manos de sapo pero rechonchas. Así opera la metamorfosis de
la que te hablo, sin ningún empalme, sin un proceso evolutivo que
incorpore<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>uno en el otro, se vulnera la
armonía en su totalidad. Oiga, señora, pero las sirenas no son feas y el
centauro tampoco. Lo que pasa, muchacha, es que somos tolerantes con la
mitología griega, y sí, niña, puedo ver cómo avanza hacia tu boca; no es un
hombre sino un anhelo, un anhelo baboso. Y ¿qué es lo que transpira? No sé,
quizá lágrimas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Por fin mi trinchera, me armo con mi cuchara,
los fríjoles me reconcilian con el mundo, me producen sentimientos de gratitud,
estos están exquisitos; el chicharrón está carnudo y crocante, muerdo y
degusto, la fruición se propaga por todo mi ser, enciende mi rostro, percibo en
mis manos un ligero temblor, ¡ah!, una expansión pulmonar me deja saber que yo
estaba sufriendo una apnea y ahora respiro de nuevo. ¿Sabés, mi muñeca?,
quisiera ser chicharrón, para que me comas con ese placer, ¿entiendes? Ni
porque fuera tonta, digo, y sigo comiendo. Insiste en besarme. Campo, déjeme
comer y coma usted. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES;">La pareja ha pagado el almuerzo,
la señora saca la llave del carro, contundente el mensaje, la volea con
énfasis, como si tocara una campana y yo entiendo. Entonces imagino que salí
del restaurante, dije que iba al baño, pero salí caminando por la carretera,
acerté en la dirección que tomaría el carro de la pareja, ella manejaría, eché
a andar, ya habría caminado un trecho largo cuando ellos salieran; eché dedo,
ella entendió, detuvo el carro, me recogieron. Y yo no volví a la empresa. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-80516263160744087832018-09-16T10:23:00.000-07:002018-09-16T10:23:29.856-07:00DESOCUPADA<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">Hoy no soy lo que pude ser. No digo rica, ni estudiada, ni glamurosa.
Fui linda y lucí. Tenía un estilo aceptable, aunque cierta falta de gracia que
la belleza podía suplir: ¡Ah!, mi rostro convencía con su gesto bobalicón,
tanto que no necesitaba más, ni siquiera más cabello, pues mi pelo lacio se
veía bien: llevarlo corto disimulaba su escasez. Por otra parte, yo suplía falencias
con zapatos altos, fajas; con la nariz no pude pero los ojos desviaban las
miradas. Los ojos y la moda. Pero sucedió algo que nunca pensé: el tiempo
pasó.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Lo supe tarde porque siempre fui
lenta, digo, para moverme, caminar, realizar actividades. Mi rutina era lo más
fácil que se pueda imaginar: comer, arreglarme, ver televisión. ¡Chismear!
Vivía de lo que vive cualquiera: un trabajo fácil que no me demandó mayor
esfuerzo. Hubo algún contratiempo al principio, digamos, los primeros tres
meses, estuve a punto de mandarlo al diablo, pero tenía que comer. La barriga
es la que nos mueve, como me dijo una sabia mujer: somos esclavos de la cuchara.
Después, el negocio agarró su inercia, es decir, marchó por mi necesidad pero a
mi ritmo. Por esos días, me di cuenta de que la cama es mi mejor lugar. Frente
al televisor. Ahora que la naturaleza me hace lerda, que la tierra me pide
porque, al final, todos somos minerales, pienso que no soy lo que pude ser: maquilladora
de uñas, cocinera de postres. Frasquitos, corta uñas, espátulas, removedor,
cremas, todo eso cabría en mis horas vacías. Claro, si ese kit hubiera tenido
el poder de habituarme al trabajo. ¿Acaso lo tienen las cosas? Y, porque algo
faltara, lo sé hoy, un asunto compatible con las uñas serían los postres. Lo
pienso ahora que no sé qué hacer con mi humanidad, dónde ponerla. El tiempo
transcurre desolado, qué cosa más aburridora es el tiempo. La enfermedad me
serviría para matarlo. Pero siento síntomas, voy al médico y resulta que no es
nada. ¡Qué aburrimiento!, ni siquiera me enfermo. <o:p></o:p></span></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-3040120081978870392018-07-21T10:41:00.001-07:002018-07-21T10:41:45.434-07:00SCHEREZADO<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">Le contó el cuento del estrato cinco, el del carro nuevo; el
cuento del salario para ella sola, ah, que no gastara ni en una rama de
cilantro. ¿Que se achicharraba el tetero de la niña en la parrilla? Para esa y
todas las contingencias le dejaba unos pesos, todos los días, encima de la
mesa, pisados con el salero. Y este recurso de su imaginación, aunque copiado,
era suyo. Tomado de aquella legendaria princesa, pero suyo. Se le había
ocurrido, de pronto. Inspirado en el amor. Inspirado en su reina, la única. Las
otras habían sido madres de otros, a <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>todas les tocó una vida restringida, a su
servicio, en barrios estrato tres con calles peatonales. Sin carro. Sin
salario. Que lo tomaran de este modo: Él lo era todo. Proletario y académico
ortodoxo. Mochila y libros en dosis masivas. Aliento a café y cigarrillo. Y
música, su música: la música celta. En los setentas, buscando la forma de ser
original, se topó con Pentangle, etcétera. ¡Y, por Dios, cómo lo sufrieron sus
mujeres! Pero ahora se aproximó a esta parte del mundo, y a su reina le dedicó
un bolero cursi: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Delicado</i>. Y puso el
mundo más o menos a sus pies: el carro lo manejaba él. ¡Ah, el auto tiene su
veneno! Sí, lo sabía por aquella poeta cuyo nombre prefería callar, porque era
la innombrable, ¡ah!, pero sus versos: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Tú
llevas los faroles encendidos/ y yo los ojos bien abiertos…/ ¡El agua de los
charcos mira arriba/ extasiada en espejos!/ Y tú y yo saltamos sobre
ellos,/¡rompiendo charcas y rompiendo cielos</i>.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Que no lo supiera su reina. Por eso siempre
iba él al volante, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>ella aferrada al
cuento de la comodidad, el espejo retrovisor hacía de copiloto, atrás la niña
en su silleta. Con ese y los otros cuentos tenía su reina. ¡Ah!, pero no eran
cuentos inconclusos, ni contados de noche, en la alcoba, en la cama; en la
cama, en la alcoba, de noche; en la alcoba, de noche, en la cama. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>No.<o:p></o:p></span></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-41216964895946979072018-05-03T09:24:00.002-07:002018-10-03T08:36:01.760-07:00 IVÁN EL RISIBLE<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span><span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">Asqueado de la carnicería y los hábitos alimenticios de la
gente, se fue a vivir al campo. La carne en exhibición: los asaderos de pollo, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>el apetito excesivo de la gente que no es más
que otra exposición de la carne. Los embutidos. Mundo carnívoro. Rompió con la
sociedad de consumo y sus perniciosos hábitos alimenticios. Fue un legado que
recibió de ese mismo mundo, de su vida en la ciudad y en ambientes académicos,
había hecho cuatro semestres de estudios universitarios, lo cual le había
ampliado los horizontes del pensamiento, o por lo menos, le permitía asimilar
con verdadera proyección las preocupaciones institucionales de perspectiva
animalista lo que le tendió un puente hacia el vegetarianismo. Sin embargo, todo
un proceso reflexivo en sintonía con principios <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>básicos de bienestar que, por más alternativa
que sea la persona pensante, no deja de considerar el futuro, lo llevó a la
conclusión de que necesitaba, primero, recursos para vivir y segundo que los
procesos agrícolas se toman su tiempo, pero que la barriga no da espera.
Entonces optó por la cría de<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>gallinas. El
mundo que abandonaba también lo contenía en sus intrincados circuitos
inmateriales, generados por necesidades y relaciones: hay que comprar y vender.
Y, tal como sucede entre humanos, hacer el relevo generacional avícola, sobre
todo porque él necesitaba vivir. El círculo, lo redondo, lo cíclico, las
órbitas, se reiteran y por esa disposición del universo, todo tiene inscrito un
principio y un fin. Pero las amaría. Empezó por ponerles nombre y hacerles una
promesa: nunca me las voy a comer. Jamás las voy a matar. Rosana, Dayana,
Marcela, Vanesa, Venus, Paloma, tenía gallinas llamadas Paloma. Y mil nombres
más. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Por los amantísimos cuidados,
lombrices, insectos, sobras, y la libertad de estar en el campo, los huevos
eran grandes de yema encendida, no hay infamia peor cometida contra las
gallinas que los gallineros industriales, donde las pobres aves no caminan ni
se les permite dormir, tampoco realizan su vuelos cortos. Hasta los carnívoros
menos sentimentales parecen aludirlo cuando se comen un huevo de profunda yema
zapote: ¡No hay como los huevos de finca! Y en ello vislumbraba otra forma de
ingreso, para un futuro: el alquiler de gallinas, práctica ya implementada en
otros países. Acá, en su granja, a las seis de la tarde, ellas buscaban su rama
de dormir, en una estampida de alas gordas, él salía al patio a mirarlas y
aspiraba el aire puro de su paraíso, por él preservado para las aves más nutricias
de la tierra. No, estas gozaban de la noche con su luna, aunque ellas no lo
supieran. Pero lo sentían. Cuando lo recordaba hacía un instante de silencio
profundo por los millones de gallinas vejadas cada día en su dignidad animal. Sin
embargo, las gallinas, no obstante su identidad, nombre y características, él
prefería las cariñosas, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>todas ellas iban
a parar a la olla, pero no a la de Iván, tal era su nombre, pues ya se ha dicho
que es vegetariano. No. A las grandes ollas de la carretera. Un par de reputados
restaurantes le compraban los excelentes productos de su gallinero.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-91727660041989380552018-04-09T08:53:00.003-07:002018-04-09T08:53:58.922-07:00GÓTICO<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14pt;"> </span><span style="font-size: 14pt;">Él se azotaba contra
las paredes, los motivos eran la escuela, la madre, la novia que dejaba una
estela de hormonas a su paso, no era por otra cosa que los muchachos salían
detrás. A él le parecía que ella se dejaba oler. Y, la madre, ¿por qué tenía
presencia de sombra? Su concepto sobre la escuela se resolvía entre dos estados:
la rebeldía y la pereza. Y se expresaba con una frase contundente: ¡Abajo la
institución! </span><i style="font-size: 14pt;">We don’t need your education</i><span style="font-size: 14pt;">.
Pero las expectativas de esos tres tormentos lo presionaban: consejos, malas
notas, una que otra amenaza, la mayor de todas se la infligían los estrógenos
de la novia. Y ya sabía que la ira tenía consistencia de piedra. ¡Cómo le
apretaba el pecho! Entonces se azotaba contra las paredes. Piedra contra
piedra. Pero salía del combate con moretones y chichones en la frente. Los amigos
llegaron a identificar los chichones con los cuernos. Entonces enfiló baterías
contra la novia. También contra la madre. Y le dio la espalda estudiantil,
estrecha, encapuchada, </span><span style="font-size: 14pt;"> </span><span style="font-size: 14pt;">en alto el dedo
cordial, a la escuela. Le exigió a la novia que lo visitara de cuatro a diez.
También que fuera a estudiar, pues el colegio no representaba mayor amenaza,
era femenino regentado por monjas. Entonces tenía la mañana libre para dibujar
figuras góticas. Y atormentar a los vecinos con su dark music. </span><span style="font-size: 14pt;"> </span><span style="font-size: 14pt;">A la madre le exigió que no regresara del
trabajo antes de las diez. Cada día era más gótico y perceptivo de la amenaza
hormonal. La novia, entonces, se cansó. Faltó un par de días. Al tercero, él la
esperó a la salida del colegio y la llevó para su casa a empellones. Ella
lloró, le dijo que lo amaba pero que estaba cansada de que la presionara. ¿Y,
tú no me presionas a mí? ¿Yo? ¡No, yo, pendeja! Yo, ¿qué hago? Mostrar las
tetas y mover el culo. ¡Oigan a este! Mejor, terminemos, y te consigues una
novia sin tetas ni culo. Si te vas me mato. ¡Oigan a este! Se paró de la silla,
estaban en el comedor que a su vez estaba pegado a la sala y a dos pasos de la
cocina. Fue a la nevera, se sirvió un vaso de agua, y el primer sorbo se lo
sopló en el rostro, también le aventó lo que quedaba en el vaso. Derribó un par
de sillas y pudo salir de la casa. A las diez de la noche que regresó la mamá,
el muchacho cuan gótico era, dark y furioso, se llamaba Orlando, colgaba de una
viga.</span></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-23858966526818738352018-03-06T14:58:00.000-08:002018-03-06T14:58:26.109-08:00EN UN RINCÓN DEL ALMA<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">Hay una mujer muerta y una niña desaparecida. Me acuerdo de mi
propia historia y la de mi madre. Al dictamen de medicina legal no le cupieron
suspicacias. En ese pueblo, la gente se moría. Y se mataba. Y nada quedaba por
decir ni averiguar. ¿Qué le cabía a un carpintero honorable, padre de tres
hijos que quedó viudo de repente? Lástima. Vecino de la comunidad de las
Vicentinas que le mandaban a hacer los caballetes de colgar los mapas, a
ajustar las barandas del altar ¿qué le cabía? Tan pobre el pobre. Acostó el
cadáver de mi madre en la mesa de cepillar las tablas. Y vino la escuela entera
a ver a mi madre muerta. Y a mí. Mis hermanitos prendidos de mi falda. Y mi
padre, tan pobre el pobre. Pero lo que yo sabía no tenía nombre ni palabras
para repetirlo. Lo decía mi madre, por ella aprendí la palabra: torvo. Porque
ella le decía torvo animal, torva mirada; antes de ponerle una mano encima a la
niña, me tiene que matar. Luego vi a mi madre echar espuma por la boca. A las
monjas que llegaron y al médico que él mismo llamó, les habló mi padre del
veneno para ratas. Noches tenebrosas fueron las de esos días, lo sabía mi
corazón. Desplegué sobre mi cama alas para los tres: mis hermanitos y yo. Ellos
se metían debajo de mis brazos. Las alas eran de ellos. Una mano anhelante
subía por mis muslos, la espantaban las alitas de mis ángeles, pero a ellas las
debilitaba el sueño, las sofocaban los regaños, los golpes. Durmiendo con su
hermana nunca serían machos. ¡Tengan! Nadie sabía de los cardenales porque
ellos no iban al preescolar. Durante el día yo los amarraba a mi falda, él los
soltaba, ellos lloraban. No bien terminada la licencia escolar por la muerte de
mi madre, eché para la escuela de la vida. La poca ropa que tenía me cupo en la
mochila, a la hora de la campana, cuando tañía el primer llamado, antes de que
se cerrara el contra portón y empezara una mañana vacía sin mañana, una mañana
con la amenaza de la tarde, una mañana de noches aterradas, yo cogí el camino a
ninguna parte. Tomé un bus, el primero que paró en la estación que estaba
lejos, a veinte cuadras asustadas. Mis hermanitos presintieron mi definitiva
partida. Sus manitas no crecieron nunca, se quedaron para siempre haciendo su
adiós mocoso. Se llamaban Miguel y Ramiro. <o:p></o:p></span></div>
<br /><br />
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-34122611886700417122018-02-07T15:50:00.000-08:002018-02-07T15:50:45.105-08:00PLASTINACIÓN<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">Con las variantes que dicta la madurez conservé una inquietud
infantil: verme por dentro. De niña me invadieron incógnitas sobre la parte
oculta de mí misma, mis adentros se dejaban sentir con peristaltismos, latidos,
tinnitus, dolores. Pero cómo sería recorrerlos en su conjunto, quizá nos hacía falta otro sentido. Una
película respondió a mi inquietud: “Viaje fantástico”, 1966. Me trancé: el cine
me permitía mirarme por dentro. Después
vinieron los artículos de la revista “Selecciones”: Soy el corazón de Juan, los
pulmones de Juan, las venas de Juan, etc. De adulta, entonces, me hice asidua
de la National Geographic. <i>¡Oh, mi cuerpo!</i>, exclamó Whitman que le
cantó al cuerpo y enumeró sus partes. De manera que cuando anunciaron Los
Cuerpos de Gunter Von Hagens me
emocioné. Llegaba al museo La Tertulia de Cali una muestra amplia de la
anatomía que está debajo de la piel. Esta vez, en lugar de inquietud, tenía
expectativas. Me pregunté si en la colección vendría la piel. Ya la había
visto, en una fotografía, exhibida por un cuerpo como si fuera un zurrón.
¿Menos dramático? Está bien, pero igual de ilustrativo: una funda. Eso se
llamaba composición. Crecieron mis expectativas. No sólo aparecían los órganos
como si estuvieran irrigados por sus torrentes. La genialidad vinculaba la
ciencia y el arte, y no se sabía en qué lugar ubicar la producción. En ambos
lados porque todo se entrevera, opiné. La conjunción entre la ciencia y el arte,
en todo caso, producía la plastinación. Pero, ¿en qué consistía? Con el fin de
asistir menos ignorante a la exposición, eché mano de mis nociones sobre
embalsamamiento y entendí: el centro Von Hagens inicia el proceso con la misma
batalla de todas las civilizaciones a lo largo de la historia que consiste en
neutralizar la postrera manifestación de la vida en el cuerpo: las bacterias. Estos
tiempos cuentan con el formaldehido. En la siguiente etapa, y tal como lo
establecieron antiguas civilizaciones, se extraen los fluidos pero con técnicas
más contundentes: inmersión en acetona, exposición a una solución polimérica,
encerramiento en una cámara de vacío. Los químicos lo pueden explicar. Dicen
que el vacío esfuma la acetona y la solución impregna cada célula. Después, el
cuerpo, o su parte, ya investido de plástico recibe el toque último para la
consolidación de esa especie de eternidad. Se lo confieren, como un soplo de
vida, tres componentes, los de siempre, los únicos: calor, luz y, un elemento
gaseoso, equiparémoslo con el aire. Ya, menos ignorante, estuve lista para sumergirme en una alucinación, de qué otra
manera llamarle al milagro de verse uno por dentro. Al momento del ingreso fui
presa de los efectos que, en mí, produce el arte: expansión del espíritu.
Mudez. Como irrigada por sus líquidos, dominaba
el panorama la anatomía muscular en varios de sus actos: correr, danzar,
saltar, amar. Concluí, de paso, que yacer no tiene gracia. No niego el gusto. Los
repasé varias veces antes de quedar extasiada ante ese cuerpo hermoso que
exhibía, como un ropaje, su piel. Interpreté: apenas un órgano, el externo y
protector de los veinte restantes. ¡Maravilloso!
Pero, uno de veintiuno. Sólo uno. Así voleado como un trapo, alude a la infamia
más perniciosa de la humanidad: el racismo. Piel, en película de plástico,
incolora. En cien años tendrá el color de la tierra. Continúo: me regocijé
viendo el sistema vascular, las intrincadas redes arteriales, los cortes
transversales y sagitales del cuerpo, estuve boquiabierta ante el corazón, los
riñones, los pulmones. Pero me desconcertó un detalle: una banda en la muñeca.
Me dije: se desparramaron los tendones a causa del traslado, y alguien, un lego
absoluto, echó mano de un recurso prosaico, casi reprochable, para sostenerlos.
¡Los fijaron con un micro poro!, exclamé en voz alta. Y la vergüenza cedió en
ternura, de esa que se deshace en lágrimas, hacia la naturaleza y sus
procedimientos, cuando alguien me explicó: Es el ligamento que sostiene los
tendones. Luego, tomándome un café, recordé al poeta: <i>…la expresión del hombre perfecto se manifiesta no sólo en su
rostro/Está también en sus miembros y articulaciones; está, de modo singular,
en las articulaciones de sus caderas y de sus muñecas.</i> <o:p></o:p></span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-61485739068418438872018-01-22T09:13:00.002-08:002018-01-22T09:13:24.414-08:00FELISA BURSZTYN<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 14pt;">Como todo en la vida, el cerco contra el infierno contribuye
a crearlo. Felisa se asa tras la máscara, las gafas y el delantal, la piel está
que revienta en llamas, pero falta poco para completar la creación. Con acero
de la misma remesa, elabora el último aro. El montón de chatarra, sin embargo,
no prometía mayor cosa, apenas latas para ensayar sus inventos. Pero,
escarbando, encontró unos pedazos de acero que resultaron ser suficientes. Y
ahora surge una escultura como ella espera: con personalidad. No optó por la
autógena para forjar hierro sino para insuflarle espíritu a la chatarra,
eternidad a su alma. Con esta pieza, quedará lista su nueva colección de formas
parecidas a nada. Esta de ahora, sólo para dar una idea, pues estas son
palabras sin ilustraciones ni fotos, esta puede describirse como una guirnalda
de aros, semejante a los antiguos ejercicios de caligrafía, pero está enroscada
y, al mismo tiempo erguida sobre una plataforma trapezoidal y en declive.
También hay una empalizada de garabatos a punto de volar, unas láminas en
íntima comunión, y un exquisito espejo de cartuchos. Ninguna de las esculturas
tiene parangón en el mundo, nada copian, ella habla de dar “nuevo uso a lo
aparentemente muerto”, pero se queda corta, en realidad, se trata de un paso
concreto a mejor vida pues las latas ascienden de una bodega de chatarra a un
ambiente espiritual o de lujo sea que se queden en el Museo de Arte Moderno de
Bogotá o vayan a parar a una mansión. Cuando les esperaba un futuro de óxido en
esta vida, llega Felisa, también escapada de algo semejante al moho, y su pulso
femenino</span><span style="font-size: 14pt;"> </span><span style="font-size: 14pt;">infunde alma con vibraciones de
su vida que se agota, como todas las vidas.</span><span style="font-size: 14pt;">
</span><span style="font-size: 14pt;">De la suya rinde cabal cuenta el soplete cuyas plumas tienen un efecto
búmeran, primero fijan las partes de la pieza y luego se devuelven a sus
torrentes y les ponen alquitrán a sus pulmones y esquirlas a su corazón.</span><span style="font-size: 14pt;"> </span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-15689883169766061032017-12-14T17:50:00.000-08:002017-12-14T18:05:50.541-08:00VERUSCHKA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-size: 14.0pt; line-height: 115%;">La lente la captó en un pique de gacela. Una sucesión de zancadas
estaban presentidas en el arranque, grácil, no pudo ser de otro modo. Ni
siquiera de huida, tal es el refinamiento de las gacelas. Y ella va seguida de
su vertiginosa trenza. El diseño del traje, secundario, dice de los años
setentas. A la imaginación le quedaba establecer si ella huía o si jugaba. O
ambas cosas, quizá a causa de un aguacero. Un criterio escueto habla de plasticidad,
lo cual, aunque cierto, no lo dice todo. Apenas establece una mediana verdad
que se fundamenta en torsiones con la pierna sobre la cabeza y otras poses que
no por menos circenses pierden ese carácter extraordinario. A veces las
despernancadas parecieran ser cosa de su metro con noventa de estatura. Llega a
resultar evidente que una mujer muy alta brinque y le quede bonito; que otra
cosa no promete la longitud de sus piernas, en total armonía fémur, tibia y
peroné. Que en retribución a su gracia acude la danza aunque no suene música. Tales
condiciones, sumadas al hecho de que la top model tuvo formación en arte, lo
cual pudo sensibilizarla hacia formas elevadas de posar, en acertado performance,
hasta hacerse musa del body painting, si bien contribuyen a la verdad sobre Veruschka tampoco dan cuenta de su magia. Lo
que se esclarece a fuerza de observarla es que su esqueleto cupo en cualquier
piel, corteza o materia. Y que si se la mira, mujer de carne y musgo; alto pavo
real en actitud de vuelo imposible; si se establece que el relámpago vibró al
ritmo de sus pulsos; si se la ve como moldura y talle integrada con suma seriedad
de ladrillo a la pared de una casa; si hiende el cielo, siendo tronco
discernible sobre el tallo de un árbol que murió de pie; si repta verde sobre
ramas vivas; si convoca toda la plástica del sigilo felino; en fin, si en un
montón de piedras rodadas, porque la piedra rueda <i>sobre sí misma/alma doliente vagando a solas/</i>, etc., si en playa de
río es piedra que duerme, canto rodado, sereno, podemos hablar de una
dialéctica de los espíritus. Con suma facilidad concluimos que hubo intercambio
de vibraciones entre Veruschka y la piedra, la pared, el leopardo, la
serpiente, el musgo, la ventana, el rayo, el ave, el árbol calcinado, y que en
íntimo diálogo, ella y cada una de tan múltiples cosas se dijeron: <i>Porque todos los átomos que me pertenecen, también
te pertenecen.</i> <o:p></o:p></span></div>
</div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-63375533359386693612017-11-08T16:18:00.000-08:002017-11-08T16:20:05.523-08:00COMO LA MAJA DESNUDA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt;">Suculenta. Tanto que ni yo mismo lo podía negar. Un bocado de
placer. Menos generoso en curvas sería. Lo mío, natural, ha sido el músculo. La
grasa, ojalá. Que las hacen, y bien grandes, sin celulitis, duras. Pero, lo
confieso, yo las prefiero naturales. También las tetas. Con su blandura. ¡Qué
no diera yo! Crecí con esa idea de lo suculento. Viéndola, me veía: levantados
los brazos, uno, debajo de la cabeza; el otro, apenas reposando en la almohada,
no sólo son el gesto mismo del abandono sino de ofrecimiento. ¡Ah!, se percibe
el humor de la lujuria. ¡Maja maldita!, me mataba. Yo quería producir el mismo
efecto, y quería que viéndome, la vieran. También que aplaudieran mi toque de
originalidad: no posaría en un sofá sino en una mesa de billar. Pero me faltó
imaginación para conseguir la mesa. Pero, los sueños te alcanzan. Y la mesa me
encontró a mí. Me faltó el aire, mi amado, que conoce todas mis fantasías,
saltó de la emoción, me dijo: Henry, amado, si no es ahora, no será nunca. Libardo,
amado, tenés razón, dije y salté sobre la mesa. Él tomó su cámara, hizo el
encuadre, cómplices fueron la luz
oblicua que entró por el ventanal, una pareja y un empleado del hotel, también
de los nuestros. Ellos asistieron al momento de lo nunca imaginado. Cuando mi
cuerpo rozó el verde paño, me vistió la pose como un traje del deseo, y una
pierna, en ligera flexión, reposó sobre la otra, en sexi ademán. La Maja me
atravesó con sus doscientos años de lujuria. Lo juro. La cámara no miente. Ni
esa noche de amor. Noche loca.</span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-9286131369979531452017-11-01T14:42:00.002-07:002017-11-01T14:43:46.075-07:00LA PIEDAD<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt;">Toc-toc. Adelante. Indecisa
la puerta oscilaba sobre sus goznes ¿abro?, ¿cierro?, ¿le machuco un dedo? Ella
empujó. También el humor de la enfermedad le opuso resistencia y ella lo disipó
con la decencia que a todo se sobrepone. Y su abanico de Carey. Y lo vio surgir
del lecho y levitar. La enfermedad aligera el peso de las culpas, pensó ella
sin más reproche. Albura de sábanas tenía el alma. Y exhalación de hipoclorito.
La fiebre operaba inocencia en sus pupilas, sus ojos alumbraban, sólo por
motivos protocolarios permanecía encendida la luz mortecina del bombillo led,
ojito de cocuyo. Mística fue la experiencia de encontrarse, en persona, con la
postrera fuerza levantando esa humanidad carcomida. Firme la cabeza, aunque
silbando el pecho, tartamudeó el saludo de toda la vida, la vida pasada: ¿Qué
hay de cosas? Y la habitación se estremeció. Ella lo apaciguó: No se aterre, no soy un
fantasma, dijo. Soy yo misma en persona. Hombre levitado, dijo: En cambio yo
soy una sombra de mí. De todas maneras, aterrizó. Y le ofreció el borde de la
cama para que ella se sentara. ¿O le pidió su calor? Ella prefirió buscar una
silla para estar cómoda, sostenida y recta la espalda, en el espaldar. Hablaron
de cosas: el clima, el desempleo, los diálogos de paz. Los hijos de los dos, a
esas alturas, con sus vidas resueltas. Las manos se buscaron, como la primera
vez, desprevenidas y a hurtadillas. Que ellos no se dieran cuenta. Ella apretó
su fiebre, el apretó un alma reposada, como si el abandono no hubiera ocurrido.
Sin embargo, habían estado en orillas opuestas durante años, con tres
coyunturas definitivas: cuando él huyó con otra mujer y la dejó a ella, la de
ahora, a la vera del camino con las rodillas sangrantes; cuando ella lo mandó a
buscar con el hijo mayor y una notica en la que decía: Aquí no ha pasado nada.
Regresa. Pero él no quiso volver; y años, muchos años después, cuando él buscó
un alero para salvaguardarse del chubasco de arrugas y de males, y ella le
dijo: ¡Váyase pa’ la mierda! Ella nunca decía groserías, de manera que hablaba
en serio. A la mierda se fue y allá se quedó hasta el día de hoy, en que moría.
Las palabras discurrieron por atajos, a veces caían en cavernas de silencio
pero los guiaban, las manos entrelazadas. Fue una visita especial: corta para ambos
aunque se prolongó por horas. Tres para ser exactos. Después, ella se incorporó
palmoteando la mano febril de él que todavía quería más presencia. Todo en él
pedía piedad, pero ella se despidió. Él la vio ir. El hijo, que en la época del
abandono llevara el recado, la esperaba al otro lado de la puerta. Había ido y
vuelto varias veces a la casa sola. Caminaron en silenció, luego el hijo habló.
Cuénteme, madre. Y ella respondió: Él no me pidió perdón y yo no le dije que lo
perdonaba.</span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-80043244486628041782017-10-20T09:16:00.001-07:002017-11-15T07:33:37.622-08:00<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1600" data-original-width="1200" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjerlHM6HMjm2nAMgULheBuiqUEIwXe2IqGM6cKdZbgvQm_l0Ikq0sxeIT47cT9gCU5oaOVBXrTAIS0A1fAn1ireEj0uwfonELTkok8UxpqI4gsJSJsNEt5-Zub7OhZYKHsXi1MBgJ7ikVN/s640/P1050918.JPG" style="margin-left: auto; margin-right: auto;" width="480" /></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="color: blue; font-size: large;">En librerías</span></td></tr>
</tbody></table>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjerlHM6HMjm2nAMgULheBuiqUEIwXe2IqGM6cKdZbgvQm_l0Ikq0sxeIT47cT9gCU5oaOVBXrTAIS0A1fAn1ireEj0uwfonELTkok8UxpqI4gsJSJsNEt5-Zub7OhZYKHsXi1MBgJ7ikVN/s1600/P1050918.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-size: large;"></span></a></div>
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-82596898525221153332017-10-19T16:34:00.000-07:002017-10-19T16:34:49.810-07:00TRANSFIGURACIÓN DE LA ABUELA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 115%;">Quedé viuda y algo desalojó mi cuerpo, ¡pah!, hizo saltar un
tapón unánime que amarraba sentidos, espíritu y cabeza, todos en uno como la
Trinidad, juro que lo oí: ¡pah! y floté. ¡Cómo era de liviana la luz! Ahí
estaba, bajo mis pies y yo, la sobreaguaba, chapoteando, perdida la mirada ante
esa curiosa dimensión que cobraba el mundo: liviana. En plácida armonía las
cosas con la fuerza de gravedad. Y ella conmigo, leve. Para mis hijos que,
estupefactos, me miraban, lo que sucedía era que, bajo mis pies, y sólo bajo
mis pies, el piso se movía. Nada pudo evitar que sobre mi renca humanidad cayeran
pésames rapaces, agobiantes conmiseraciones, chubasco de lágrimas. Demasiada
cosa encima de mi mareo. Afligidos, mis hijos lloraban un duelo doble, su padre muerto y su madre viuda. Tenía que
ser infinito su dolor, tanto que el llanto se quedaba corto para expresarlo. Entonces,
ella, o sea yo, vomitaba, cómo vomitaba. Las arcadas me dejaron incapaz de
servirme del bastón que uso desde los cuarenta y siete años… … Dejemos a los
muertos descansar en paz. De nada sirvieron el mareol, ni las agüitas, ni el
apretón sincero. En brazos de un par de
nietos encabecé el cortejo fúnebre. El mareo
y no otra cosa me mandaba de bruces contra el féretro. El ansia quería
desalojar órganos y mucosas, y mi estómago respondía con sus diezmados jugos. Compungidos
los asistentes, ni siquiera fruncieron la nariz, para ellos, estoy segura, ese fue un creativo
espectáculo del dolor. De regreso pedí a mis lazarillos que caminaran despacio
porque yo estaba sintiendo demasiado. Así se los dije: Sintiendo demasiado. La
sorpresa me impedía ser precisa: Sintiendo demasiado diferente. Ellos me
miraron como al que se muere. Dicen que detectaron en mí una extraña levedad, y
la identificaron con el paso por el túnel aquel, el que antecede al último resplandor de las neuronas. ¡Yo le
seguía los pasos a su abuelo! Se lo comentaron a sus padres: Menos no se espera
de una unión de cincuenta años, dijeron ellos. Pero yo los consolé. O los
decepcioné. Entre nueve hijos y cuarenta y siete nietos caben las dos
alternativas. Les dije: ¿Así se siente la vida? ¿De manera que el alma no es de
plomo? Yo creía. A nadie nunca le pregunté pero siempre me resultó muy raro que
este cuerpo pesara menos que el alma invisible. De niña no lo supe porque los
niños ignoran muchas cosas. Lo supe a los catorce años, poco después del
matrimonio. Y me acostumbré. Entonces, perdí de vista esta forma de sentir la
vida: liviana y agradable. ¡De manera que existe otra forma de sentir!, ¡de
manera que el aire se deja respirar!, dije. Y todos se miraron. Y no dijeron
nada cuando les anuncié: Para estrenar mi nuevo ser, me voy a conocer el mar. <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-27262981660952269162015-04-14T08:33:00.001-07:002015-04-14T09:10:20.749-07:00LA PARCA CON EL GESTO DE LA MONA LISA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<span style="line-height: 115%; text-align: justify;">Yo le conozco el gesto y mi padre le conoce las pisadas. Por
eso me llama desde su lecho: ¡Adriana! Más que mi nombre es un grito herido con
la afilada hoja de la guadaña. ¡Adriana! Yo me demoro en despertar porque,
dormida, ya sé. Tener consciencia estando dormidos es un evento que sólo les
sucede a los mártires. Me lo dijo una santa mujer. Yo, dormida, ya lo sé todo,
incluso que son las tres de la mañana. Que esperaré las horas de reposo que les
faltan a mis hermanos para entonces llamarlos a ver si quieren asistir a la
mueca postrera que será bien retorcida. ¡Adriana!, y yo me siento, el sueño
pesa en mis ojos. El sueño tiene peso de plomo. Me hace tambalear. Me jala de
vuelta a la cama. Mis pies tantean en busca de las chanclas. ¡Adriana! Y las
chanclas chancletean la nana de los sonámbulos, la cobija viene arrastrando su
cola de dulce abrigo. ¡Adriana! No estamos lejos, sólo media entre nosotros una
pared que tenía un vano sin puerta. Yo lo hice tapiar para sofocar mis ansias y,
sin embargo, estar ahí. Noches enteras lo oigo roncar hasta que se queda por
allá en el fondo de la vida. Entonces espero que el aire se vuelva sólido,
concreto, hielo; aire de las alturas infinitas; aire del Tíbet. Pero sólo en el
ámbito de mi padre. Mientras llega el momento, él emerge de las profundidades,
y con él la parca que tiene esa risa partida por la mitad. Esa risa lacerante. Parca perversa. Aunque
sus gritos crispan la noche tranquila, yo demoro en llegar, enormes distancias se tienden entre nuestras
habitaciones contiguas: los sueños truncados. Y el miedo. ¡Adriana! Y yo lo
miro desde el umbral. Yace en un charco de horror. O será el aire derretido.
¡Adriana!, grita. Padre, respondo. Entonces él dice lo mismo: ¡Llámelos a
todos! Dígales que vengan. Llegó la hora. Yo no me quiero morir.</span>Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-21857778364168672292015-03-04T15:07:00.000-08:002015-03-04T15:07:11.719-08:00DIANA GUERRERA<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="line-height: 115%;"><span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">Lidió con el cadáver de su amor. Insepulto. Porque no se
asomara a través de su rostro, pálido y tumefacto, ni impregnara las palabras
que mal pudiera escribir, desapareció de las redes sociales. Los chulos revolotearon,
las hienas hurgaron con sus narices en
los espacios vacíos de fotos. ¿Dónde están las fotos?, ¿dónde están las fotos? ¡Ni
siquiera una foto de ella! Ya se sabe que la radiante aureola de la novia
consiste, no en ella misma, sino en el novio. Percibían un cierto olor pero no
había cadáver nupcial. Porque fue así como quedó: Blanca mortaja-estraple de
seda y satín con aplicaciones de circón en el vuelo de la falda y en el velo.
Sucede que la misma noche de bodas, no
bien llegaron a la habitación, él dijo: Acabo de cometer el mayor error de mi
vida. ¿Cuál? Casarme. Entonces, el amor quedó herido de muerte, vestido de
novia. El exorbitante peso de la ilusión acribillada, cayó sobre su humanidad. Exudando por sus
atónitos poros, disolviéndose en las aguas de sus ojos. Sorbiéndose las gotas
de su cotidiana vida, vestido de mortaja estraple, el cadáver de su amor yació
en sus espaldas, pues no había ningún otro lugar sobre la tierra que pudiera recibirlo.
Sólo estaban los carroñeros de las redes sociales que lo aman insepulto porque,
al engullirlo, lo multiplican. Usuaria del facebook y del twitter, lo supo a
tiempo. Y, con la incompleta desaparición que admiten las redes, ella se
sustrajo. Definitiva y digna. Luego, bajo el empuje de
sus gónadas y de su voluntad; bajo el influjo del tiempo y de la vida, enterró el cadáver de su
amor. Y con plumas tornasoles resurgió de las cenizas.</span><span style="font-size: 12pt;"><o:p></o:p></span></span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-36191929170955546062014-03-06T17:03:00.000-08:002014-03-06T17:03:07.706-08:00PIEZA FLAMENCA
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;"></span></span><br /></div>
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;">Un revés, de esas vueltas que da la vida, los juntó en
Barcelona. Al fondo de un zaguán húmedo y meado, en una pieza fueron a recalar.
Todo encima de ellos, cocina, chécheres, cajas, la rinitis de ella y los gases de
él, el colchón y la hostilidad. Por una alta ventanita veían el cielo, por esa
misma ventanita maldecían los efluvios de un desagüe. Y se odiaban con toda el
alma. Esta característica del sentimiento más difamado, los consagró el uno al
otro. No tanto la recesión: Que los españoles decidieran limpiar sus propias
miserias. O ahogarse en ellas. Mitigar sus ganas. Sacar a cagar sus perros. Más
bien los vituperios que faltaban los pusieron frente a frente. Fue pretexto que
un hijo en común le enviara a él, por intermedio de ella, una camiseta de La
Selección Colombia. Se encontraron con la piel desolada. Se amaron con un
desenfreno parecido al de los viejos tiempos. Escamparon el uno bajo el alero
del otro: compartieron escasez, cigarrillos y comida, en silencio cuando
estaban sobrios y con agresión cuando bebían. Entonces, él le reprochaba que
hubiera vuelto a su antigua vida de puta cuando, con él, había sido dama de los
geranios. Ella le reprochaba que se hubiera defecado en el fuego del hogar. Lo
insultaba por eso, le gritaba las palabrotas conocidas y otras que le ardían más
que su madre en cochinas bocas, palabras inspiradas, llave de judo al pecho:
“¡Gonorreico! ¡Incontinente! ¡Fracasado! Borrachos se golpeaban: ella lo
descalabraba con una botella, él la pateaba, la puteaba. Sin éxito, la forzaba.
Luego por todo y por la desgracia de estar juntos, lloraban al unísono, uno en
el hombro del otro. Él lloraba lágrimas tiznadas. Ella se las enjugaba a
lengüetazos. <o:p></o:p></span></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><o:p><span style="font-family: Calibri;"> </span></o:p></span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-67986098195694988302014-02-14T15:53:00.000-08:002014-02-14T15:53:38.440-08:00VUELTA A PENÉLOPE
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;"></span></span><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;">Pertenecía ella a siglos de mujeres que superaron a Penélope.
La inútil. Tejía con el primor de las arañas, prendas, lencería y otras
ocurrencias.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Y, tal como ellas, nunca desbarataba
en la noche lo que tejía en el día. No. Una vuelta de puntos o varetas mal
contados se resolvía con la magia de sus dedos. Las ocurrencias, incluso,
alcanzaron a abrirle una brecha en las pasarelas, un gurú de la moda le hizo el
guiño: su croché expresaba el espíritu de la época, en sus hilos encontraba una
explosión de estrambóticas armonías. Pero el hombre de la tejedora se fue. La
abandonó. Entonces ella refundió los hilos. O él se los llevó. Ovillos enteros,
y, enredado en ellos, el hilo de Ariadna. De otro modo no se explica que ella
se volviera muchacha. Sí. Salvo los senos, el vientre, los muslos y rodillas,
ella se volvió muchacha. Salvo un nudo de amarguras en la comisura de su risa,
ella se volvió muchacha. Sus dedos, laboriosos, sintieron la ausencia de los
hilos y le reclamaron. Pero ella sólo escuchó al pulgar. Le compró un I-phone
de última generación, y él digitó, digitó y digitó.<o:p></o:p></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-17947121401584116282014-02-01T15:42:00.003-08:002015-03-04T15:31:43.004-08:00CONTINUACIÓN<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;">Esta es la otra parte: tuvo una experiencia maternal. Él la
bautizó “hija” en el tanque del lavadero. La entretenía con pompas de jabón, la
ponía a soplar la espuma. Cantaban. Ella, su canto entrecortado, con remotos
ecos de las armonías. Jirones de canto, canto en hilachas. Él, esos mismos
cantos pero resucitados. Tan bien los cantaba que ella aplaudía. Si ella
insistía en llevar su muñeca, él no objetaba nada. Después la envolvía en la
toalla. ¡Cómo recibía ella el abrazo de lavanda que las toallas le regalan al
cuerpo! La puesta del pañal constaba de los mágicos y acuciosos momentos que ha
tenido casi, desde Lucy. Lucy a secas, sin <i style="mso-bidi-font-style: normal;">sky
with diamonds</i>: mientras él lo acomodaba y ajustaba los cierres, no sin
antes comprobar la precisa coloración de los lunares, el cuarteado natural de
las arrugas, mientras él respiraba un parte de tranquilidad, ella le
desenredaba las greñas a la muñeca. Ese día ella recibió el abrazo de la toalla,
la limpia caricia con olor a lavanda y, de camino a la habitación, porque ella
gozaba de una habitación, de camino allá, la cabeza blanca de ella se clavó en
el hombro de él con un peso hondo, muy hondo. Entonces, él paró en seco y algo
en sus entrañas, llamémoslo útero, se desgarró.</span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: center;">
<br /><br /></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-90208244782657033342014-01-22T07:29:00.001-08:002014-01-22T07:29:47.977-08:00MANDATO NATURAL
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;"></span></span><br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><span style="font-family: Calibri;">Tanto lo conmovió el olor. Superó escrúpulos de la sangre.
Ella transpiraba berrenchín. Y esto resultaba tan intolerable que nadie,
excepto él, se permitía un resquicio de conmiseración porque, a diferencia del
niño, de cualquier niño meado, el suyo era un olor blando y arrugado. Su
aspecto era hediondo. La casa hacía rodeos para no mirarla. Para no pasar por
el rincón del pasillo donde ella permanecía despiojando sus muñecas, todos,
excepto él, ingresaban por una puerta y emergían por otra. Indemnes. Y
elogiaban la disposición de la casa que, además, tenía una claraboya por donde
se iba el olor. Ella, entonces, permanecía sepultada en el pasillo hasta la
hora de comer. En la cocina, sin embargo la recordaban: “Hay que picarle los
sólidos a la abuela. Papá no demora” Él llegaba, siempre, más puntual que las
agujas del reloj atómico solar. Por encima del patrón llegaba. Oliendo a sudor
asoleado, a los humores de la piedra y el cemento, llegaba. Y le daba la
comida: “Esta cucharada por usted; esta por mí, madre; esta por los dos” Luego
se quedaba a su lado, poniendo paños de agua tibia en el olor. Pero un día, tal
como sucede en la naturaleza, el olor venció al pudor. Y él decidió bañarla.<o:p></o:p></span></span></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-71552816168474708922014-01-12T14:48:00.000-08:002015-03-04T15:52:16.345-08:00SÍNDROME ESPERANZA DEL CARMEN<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>No se
trataba de mitomanía, no. Era que callaba los asuntos trascendentales: los
nombres de los padres de sus hijos, las relaciones verdaderas, el punto exacto
del dolor, la estabilidad del pulso. Nada lograron opiniones ni argumentos,
tampoco pareció importarle la idea que tuvieran sobre ella. Se sostuvo en las
conductas. El temor exaltado de uno de sus hijos de que una hija suya se topara
en amores, de pronto, con el abuelo, no logró conmoverla. Que el hombre alegara
descendencia con cola de cerdo y otras situaciones macondianas le valió para
que ella lo fulminara con una carcajada. La rivalidad entre todos sus hijos por
presumirse, cada uno por su lado, ser fruto del amor, al parecer no la
desvelaba. Que la juzgaran mentirosa por el temblor en las manos, era asunto de
los otros, y su rasgo personal, tenía su nombre, síndrome Esperanza del Carmen.
Privilegio suyo y no de otra, hermana o hija, que la eximía de ejecutar ciertas
labores: enhebrar agujas, picar cebolla, suministrarles el jarabe a los niños,
etcétera. Y, aunque tembleques ostentaba sus manos en los consultorios, a
ningún médico se le ocurrió sospechar un párkinson. Ni siquiera se acordaron
del síndrome de munchausen. Es que el temblor nunca fue motivo de consulta,
sino los accidentes que tenía a causa de él. Una invención suya, que pregonó
cuando desviaba recursos de la canasta familiar para comprar tinte, les sembró
la curiosidad a familiares y amigos de atollarse residuos de tomate o de fruta
en la cabeza para detener la aparición de las canas. Tal idea estuvo tan a tono
con la cosmética <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>que no podría
equipararse a las fantasías de los mitómanos, o quizá es que la mitomanía de
tantos varones conocidos acusa una marcada diferencia con la de muchas mujeres.
El caso es que a ella nunca se le ocurrió contar que había cabalgado una bala
de cañón, o algo por el estilo. Tampoco dijo nada parecido a haber sido tragada
y luego vomitada por una ballena. Lo suyo no era tanto mentir sino callar la
verdad. Este rasgo de su vida culminó con ocasión de un cáncer de pulmón. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Entonces no se quejó de dolor en la espalda
sino en una pierna, en la cara, en una mano. Y ni porque el tumor tenía el
tamaño de una bola de pingpong usó la pipa de oxígeno. Hasta donde le alcanzó
la autonomía, respiró por sí misma. Y en el postrer momento en que a todos les
da por hablar, o confesar, o decir la verdad y, de paso, pedir perdones, el
universo concertó a su favor con un accidente cerebro-vascular que le bloqueó
el habla. A la tumba se llevó todo lo que no dijo: los nombres de los padres de
sus hijos, el dolor verdadero, la certeza e intensidad de sus amores, la real
condición del pulso. Y de su cabeza. Pero todos sospecharon que sufrió. ¡Cuánto
sufrió!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<br />
</div>
<br />
<br />Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-88233001794378479792014-01-02T14:40:00.001-08:002014-01-02T14:40:24.336-08:00MUERTA CON DOLIENTES
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
A esa mujer la reconoció un hombre que veía las
noticias: “Es la que enterraron las putas la semana pasada” A esta otra también
la enterraron ellas. No las misma mujeres sino otras, también putas y
caritativas. Le hicieron un sepelio alegre. Hubo, sin embargo, una lágrima porque
no faltó la mujer que cayó en cuenta de que a la difunta no le palpitaba un
beso en la frente. Nadie le acarició una mano. Y nadie sollozó su nombre. La
solidaridad no se estira hasta esos límites. Eso sí, le dijeron un no rotundo
con algarabía y argumentos a la autoridad competente que le dio el bautizo
póstumo y la llamó NN. Deliberaron: la bolerista, no por intérprete sino por
amante de este género musical, propuso llamarla Virgen de medianoche. Otra, <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Lory, propuso Bubulina. Les contó de una puta
cuyos amantes, tres almirantes, le llenaban la tina con champaña y con ella se
emborrachaban, entiéndase con la bebida, no con Bubulina, ella no se bebía a sí
misma. Les explicó que no era cuento sino una película, un libro o ambos. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Pero<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>a
las compañeras no les gustó.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Después de
una amistosa deliberación la llamaron Calle,<i style="mso-bidi-font-style: normal;">
Calle dolida, calle perdida de tanto amar</i>. En la lápida y con carmín
escribieron <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>el nombre, rebelde, por encima
de un tímido NN: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Calle más Calle.</i> Todo
fue domingo ese martes. Incluido el bautizo que estos tienen sus días: fiestas
de guardar y domingos. La dejaron descansando bajo una colcha de flores. A
diferencia de la primera mujer, ninguna autoridad competente vino a exhumarla.<o:p></o:p></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-55236350353426341202014-01-02T14:38:00.001-08:002014-01-02T14:38:34.740-08:00Manu Chao - Me llaman calle<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="//www.youtube.com/embed/ZivK8PmxPWQ" width="459"></iframe><br />
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-6203507101291645122013-12-23T11:09:00.000-08:002014-01-02T14:43:49.863-08:00LIBRO MARCADO<br />
<br />
<br />
Esta página, en su nota introductoria, menciona al poeta: Pablo Neruda. Él les cantó a las palabras. Aquí va un cuento con mis palabras y las suyas. Pongámosle al cuento un nombre provisional: <br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjksYtZois-QuAmdQkocnpyLL68kLZdN6qshbPqjFqkePztbxmWsgHce0UfKR6ZEiYj3Xldpoq90BS9sORE6AthFUqNIB0PbvLNlL8iZ5k1NOqcrZzvMEFgJyEksUwgKYtZkSKGPOBcdPjL/s1600/IMG_3451%5B1%5D.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjksYtZois-QuAmdQkocnpyLL68kLZdN6qshbPqjFqkePztbxmWsgHce0UfKR6ZEiYj3Xldpoq90BS9sORE6AthFUqNIB0PbvLNlL8iZ5k1NOqcrZzvMEFgJyEksUwgKYtZkSKGPOBcdPjL/s320/IMG_3451%5B1%5D.JPG" style="cursor: move;" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">"LIBRO MARCADO"</td></tr>
</tbody></table>
<br />
LIBRO MARCADO<br />
Un hombre borracho le quitó a una tal Piedad el libro, edición de lujo, "Selección de poemas, 1925-1952", printed in Spain, 1975. La brasa del Lucky dejó su impronta en la cubierta, quizá leyeran juntos, él y Piedad, alguno de los Veinte poemas de amor. Fumaba el hombre, tanto fumaba, su índice y su cordial lo decían a gritos. Después él se lo sustrajo en sus narices, era un hombre atractivo con la melena revuelta y la corbata floja y suelta, etcétera. Eso sí, olía asqueroso. Él salió con el libro de la casa de su amante, mejor digamos "de la casa de Piedad" y se dirigió al lugar donde se reunían ese día los incrúspidos amigos, la sastrería. Se le quedó el libro. Pasaron una, dos y tres semanas. Cuatro, cinco y seis. Febrero de 1977, y el libro ahí, firmado por Piedad. Abandonado por él. En la página 19 empiezan los Veinte poemas de amor. La canción desesperada viene después. El poema 5, habla de sus palabras: "Para que tú me oigas/ mis palabras/ se adelgazan a veces/como las huellas de las gaviotas en las playas.../ Y las miro lejanas mis palabras/ Más que mías son tuyas.../Ahora quiero que digan lo que quiero decirte/ Para que tú las oigas como quiero que me oigas" Hay otro poema cuyo objeto expreso son las palabras. Pero lo buscaré después. El olor del papel viejo me produce rinitis. ¡Achí!!!Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8717155961462946196.post-71859376940874998832013-12-18T06:59:00.000-08:002013-12-18T06:59:28.694-08:00"POSAR DESNUDA EN LA HABANA" (RESEÑA)<br />
<br />
<br />
<br />
<span style="font-family: Calibri;">POSAR DESNUDA EN LA HABANA<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>(Reseña)<o:p></o:p></span><br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Por: ADELAIDA FERNÁNDEZ OCHOA.<o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<o:p><span style="font-family: Calibri;"> </span></o:p></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Wendy Guerra es una autora cubana
que empezó su carrera literaria escribiendo poesía, dice que a los siete años.
Después escribió prosa bajo la forma de diario. Ese es el esquema de dos de sus
novelas “Todos se van” que fue galardonada con el premio Bruguera en 2006, y
“Posar desnuda en La Habana”. En uno de los paratextos nos informa el editor de
esta última novela que se trata de un diario apócrifo. El diario remite a otros
tiempos, tiene anacrónicas resonancias, es un género que se inscribe en las
llamadas escrituras del yo, como el libro de memorias y la autobiografía, pero,
a diferencia de estos que tienen como apoyo la convicción de ser paradigmáticos,
de querer fungir como modelos, o el convencimiento de que sus vidas estás
marcadas por eventos extraordinarios que se cruzan con la gran historia, la
historia de una nación, por ejemplo, el diario íntimo, al menos en principio,
no pretende<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>nada, su autor o su autora
puede escribirlo sin afán de publicación y presenta una visión muy personal,
muy íntima del mundo por lo cual llega a desvincularse de las expectativas
sociales, de los derroteros institucionales. El diario, en cuanto género
literario, tiene entre sus característica a la transgresión. La persona que
escribe desecha esquemas, perspectivas rígidas sobre la vida, exterioriza sus
demonios o al menos les permite que se asomen. Y tiene otra característica que
se vincula con la recepción, con el lector. Nos dice Jena Philip Miraux que
este género suscita voyerismo: el lector se asoma a la vida de…, la fisgonea.
El diario se enmarca dentro de un halo de intimidad. <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Y este género, escrito desde una
perspectiva femenina se estructura según unos rasgos muy definidos que autores
como Ciplijauskaité Biruté, distinguen en esta escritura. Tales rasgos se
relacionan tanto con los asuntos que aborda como con la escritura. En cuanto a
los temas recurrentes están el incesto, el erotismo, la desacralización de figuras
veneradas por la sociedad, la figura materna se cuenta entre los íconos que la
transgresora destroza; otro tema recurrente es la homosexualidad. La
composición, la sintaxis, por su parte, se caracteriza por ser fragmentada, no
hay una aparente solución de continuidad entre párrafos o entre capítulos. La
estructura toma rasgos de la vida misma, es impredecible, los enunciados
tienden a ser cortos, la escritura se hace dinámica, se puede bogar glu, glú,
como un vaso de agua.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Wendy Guerra incorpora todas
estas características en “Posar desnuda en La Habana”. La novela incluye su
rasgo herético de la figura materna: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Madre
no entendió nada, no se podía razonar con ella, era primitiva en sus celos,
irritable, tiránica… / Madre, la araña, voraz, bestial nada voluptuosa,
naturalista, nada romántica. Destructora de ilusiones. Desaseada, sucia, sin
coquetería ni gusto”</i> p.196 <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">En relación con el padre dice:<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> “Será acaso posible para mí editar algún
día todo el diario de nuestro encuentro, sin expurgar, sin castrar, sin miedo a
que nos juzguen. Con gusto abriría la jaula que nos mantiene en silencio y
sacaría a la luz la realidad de lo que hemos sido. Les dejaría leer en
plenitud, iluminando a mano lo prohibido; estoy segura, Padre, de que muchos
quisieran hacer lo que nosotros nos atrevimos a probar en carne propia, pero se
hallan en la prehistoria de nuestra piel” </i>p.170. <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">En el contexto de la novela, su
iniciación lésbica la vive con Flor. Dice:<i style="mso-bidi-font-style: normal;">
“Flor y yo nos dormimos abrazadas, llorando sobre el asiento trasero de su
enorme automóvil. Tragando lágrimas ajenas. Sorbiendo besos y quejidos, saliva
y milagros de nuestros pechos y nuestros ojos, arrebatadas de ganas, unas
inmensas ambiciones de bastarnos a nosotras mismas con nuestros infantiles
cuerpos. /Soy feliz amándola en mi propia imagen”</i><o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>El personaje, además, celebra la irrupción de
otro tipo de mujer en oposición a la niña recatada de la época. Dice:<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> Flor es el rompimiento mismo, el desacato
íntegro y la verdad descarnada a cualquier precio. La insuperable sinceridad.
La belleza a ultranza de lo sobrio. Flor es flor porque ha nacido tempestad, no
por su nombre ni su papel sobre la tierra”</i> p.137.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>En este caso, el nombre cobra un sentido
particular pues la narradora desarticula el valor simbólico que tienen las
flores en relación con a la mujer. Esta Flor es una mujer con otras
resonancias.<o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Esta novela, este diario
apócrifo, abarca un episodio en la vida de Anaïs Nin Culmell, una escritora
nacida en Francia, de nacionalidad estadounidense y ascendientes cubanos tanto
paternos como maternos. Anaïs Nin fue considerada la primera autora
estadounidense que escribió textos eróticos. Ella empieza a escribir un diario
a la edad de once años, había nacido en 1903, y lo publica en 1966. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Posar desnuda en La Habana</i> se desarrolla
a partir de una estadía de Anaïs Nin en Cuba adonde llega, en 1922, con el
objetivo de recuperar memoria sobre el padre: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Vengo a dragar mi drama, a enjuagar esta memoria que no me deja en
paz, que no me suelta, bordada por misteriosos acentos”</i> p.14. Esa desazón,
esa intranquilidad que quiere resolver se vincula con el padre y, manifiesto
como está en las primeras páginas, sugiere uno de los ejes, de las grandes
funciones narrativas, erotismo-sensualidad-amor en los que se entreveran el
padre, los amantes, el novio, el esposo. En este eje narrativo, Wendy Guerra
explora y desarrolla el complejo de Electra definitivamente transgresor, es
decir, un episodio que no se conjura a través de la sublimación y que, además,
fue una especie de mito que, sobre sí misma, construyó o reforzó Anaïs Nin: un
romance apasionado que vive con el padre cuando lo encuentra al cabo de casi
veinte años de abandono. Como nota marginal, independiente de la novela, un
hermano de la autora desmiente la versión, para él ese episodio incestuoso es
producto de la desbordada inventiva de la escritora. Pero Wendy Guerra
incorpora este aspecto en la construcción del personaje y lo convierte en
sustrato de todas las dislocaciones: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Me
llevo todo, me fugo cleptómana y lujuriosa al fin de mis días cubanos. Padre va
en mi cuerpo como el primero de los hombres posibles. No lo dejo atrás, va en
la hipnosis que provoca mi estrábica mirada”</i> p.166.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Cuando Anaïs Nin llega a Cuba tiene 19 años.
Llega a buscar la memoria del padre, una memoria que no reside en documentos ni
testimonios sino que<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>ella encuentra en
la esencia misma de Cuba, dice:<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> “Este
opio cubano vive en el aire, es una sustancia constituida por sal y mariscos,
mieles descompuestas, escaso semen y lágrimas maquilladas, aderezadas por
voces, maracas y guitarras, las sensaciones ajenas no me dejan respirar, me
asfixian”</i> p.168. Con respecto al amante de ocasión y primer hombre en su
vida, Julián, ella dice:<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> “Julián huele a
Cuba, y Cuba huele a mi padre” </i>p.114. Fragmentos como los que acabamos de
leer nos permiten establecer el tono poético que no solo maneja la escritora
sino que los sostiene a lo largo de la obra. La armonía de la novela, su
cadencia, se la da el tono poético que construye la escritora reuniendo en un
contexto, vinculando, cosas disímiles, encasquetando adjetivos impensables,
construyendo hipálages, metonimias, metáforas.<o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Aparte de buscar al padre llega a reponerse de
dos situaciones, la pobreza y la indecisión del novio que no se resuelve a
casarse. Anaïs persiste en ese hombre, Hugo Guiler, que tan pronto se dispone
como se aleja, pero al cual ella se aferra en la idea de que está enamorada y
en la claridad de que él la va a rescatar de la pobreza. Al final se desvirtúa
la primera idea y, en cambio, tiene curso la segunda:<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> “¿Hugo es el adecuado?, ¿Hugo es la persona a la que me entrego en
salvación?” </i>p.122 El criterio que manifiesta Anaïs sobre el matrimonio
contribuye a que el lector descifre ese sentimiento hacia Hugo: qué tiene de
apego, qué de desafío, qué de interés. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Ella
dice: “¿Qué será el matrimonio sin ese velo de tul blanco que luego se va
tiñendo, poco a poco, con un tono color humo, imperceptible? ¿El tul va
oscureciéndose poco a poco hasta llegar al luto? ¿Es posible arrancar el velo?
¿Es posible casarse sin un velo? ¿Sin una cola voraz que nos persiga, para
siempre? Veo a mis tías, las tiran de sus colas sus matrimonios infelices” </i>p.101.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Estos interrogantes que tanto preguntan como
reflejan una percepción elaborada a partir de experiencias vistas, operan de
dos formas, por una parte contribuyen a sembrar expectativas, en el lector, que
no se verán colmadas, y por otra configuran una Anaïs transgresora que luego,
por asuntos prácticos, va a recalar en lo convencional. Aunque a lo
convencional ella le imprime su sello, se casa vestida de negro, se inserta en
un común denominador, además, lamentable en su caso porque el marido no la
colma, no la llena. Entonces tenemos una mujer no sólo transgresora sino
también oportunista y calculadora que negocia su libertad a cambio de un
bienestar económico.<o:p></o:p></span></div>
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<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: Calibri;">Un rasgo de esta novela es que
Wendy Guerra ubica unos hitos de sentido, unos núcleos en los diarios de Anaïs
Nin que permiten descifrar al personaje, casi mostrar el panorama de lo que fue
su vida, si bien la novela abarca una estadía en Cuba adonde llega tras las
huellas del padre, incluye notas de años posteriores 1933, 1947, 1956 sobre
episodios en los que esos hitos tienen continuidad, esos hitos, que se definen
en La Habana, siguen marcando su vida. Otra característica de esta novela es la
incorporación de la técnica del pastiche, el pastiche no paródico, tanto en el
discurso como en la estructura de la obra. Con respecto al discurso, la autora
entrevera la palabra de dos diarios: el apócrifo y el auténtico, y no sólo
armoniza de manera magistral su discurso con el de Anaïs Nin sino que logra
equiparar el tono poético de la autora. Sólo porque los fragmentos del diario
auténtico aparecen en bastardilla el lector identifica uno y otro, dice: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Como Flor siento que tengo arandelas y
tornillos que me integran y se desacoplan. Quiero escribir, basta de ser
continente. Lo necesito de una vez. / Durante muchos días he vivido sin mi
droga, sin mi vicio secreto: mi Diario” </i>p.78 También ilustra la técnica del
pastiche, esta vez en el plano estructural, la incorporación de otros géneros
como el poema, la reseña, la epístola; y formatos de la receta, el aviso,
registros de nombres que no le aportan a la narración, el itinerario de su
pesquisa, el árbol genealógico de Anaïs Nin. La obra misma en cuanto género, se
recibe como una novela pero se presenta como un diario apócrifo. Incluso el
personaje se orienta hacia ese foco: incorpora lo real y la ficción. Y la misma
Wendy Guerra se inserta en la dinámica de su novela. Para escribir esta obra
Wendy Guerra indaga en archivos de New York, Los Ángeles y Paris a los que
accede gracias a becas, y no sólo recoge en sus fuentes los itinerarios de
Anaïs Nin sino que ella misma se vincula de manera muy estrecha con el
personaje, se identifica con la escritora, bien lo dice en una de sus
entrevistas: cada mujer tiene una Anaïs Nin adentro, sobre todo la mima Wendy
Guerra que comparte con la escritora muchos rasgos: ser poeta, ser bella, posar
…vestida y desnuda, ubicar la sensualidad y la sexualidad como principios
creadores y escribir diarios desde la niñez, (Wendy Guerra escribe <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Todos se van</i> a partir de sus notas de
diario).<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Por último lo que pudo ser
primero: el nombre: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Posar desnuda en La
Habana</i>, título provocador, tanto refiere un episodio de la novela como
produce resonancias políticas no tanto en cuanto se refiere a asuntos de estado
o de sistema, sino a esas fuerzas atávicas que fungen como un polo a tierra de
la sociedad. La novela deconstruye valores y costumbres y construye poesía. Distintos
tipos de lectores se pueden aproximar a ella: el provocador, el alternativo, el
abierto, el tradicionalista. Este le negocia y hasta le entiende la
transgresión<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>por el altísimo vuelo
poético de su<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>prosa.<o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;">
<o:p><span style="font-family: Calibri;"> </span></o:p></div>
Adelaida Fernández Ochoahttp://www.blogger.com/profile/10056308901014943724noreply@blogger.com