Esta es la otra parte: tuvo una experiencia maternal. Él la
bautizó “hija” en el tanque del lavadero. La entretenía con pompas de jabón, la
ponía a soplar la espuma. Cantaban. Ella, su canto entrecortado, con remotos
ecos de las armonías. Jirones de canto, canto en hilachas. Él, esos mismos
cantos pero resucitados. Tan bien los cantaba que ella aplaudía. Si ella
insistía en llevar su muñeca, él no objetaba nada. Después la envolvía en la
toalla. ¡Cómo recibía ella el abrazo de lavanda que las toallas le regalan al
cuerpo! La puesta del pañal constaba de los mágicos y acuciosos momentos que ha
tenido casi, desde Lucy. Lucy a secas, sin sky
with diamonds: mientras él lo acomodaba y ajustaba los cierres, no sin
antes comprobar la precisa coloración de los lunares, el cuarteado natural de
las arrugas, mientras él respiraba un parte de tranquilidad, ella le
desenredaba las greñas a la muñeca. Ese día ella recibió el abrazo de la toalla,
la limpia caricia con olor a lavanda y, de camino a la habitación, porque ella
gozaba de una habitación, de camino allá, la cabeza blanca de ella se clavó en
el hombro de él con un peso hondo, muy hondo. Entonces, él paró en seco y algo
en sus entrañas, llamémoslo útero, se desgarró.