A esa mujer la reconoció un hombre que veía las
noticias: “Es la que enterraron las putas la semana pasada” A esta otra también
la enterraron ellas. No las misma mujeres sino otras, también putas y
caritativas. Le hicieron un sepelio alegre. Hubo, sin embargo, una lágrima porque
no faltó la mujer que cayó en cuenta de que a la difunta no le palpitaba un
beso en la frente. Nadie le acarició una mano. Y nadie sollozó su nombre. La
solidaridad no se estira hasta esos límites. Eso sí, le dijeron un no rotundo
con algarabía y argumentos a la autoridad competente que le dio el bautizo
póstumo y la llamó NN. Deliberaron: la bolerista, no por intérprete sino por
amante de este género musical, propuso llamarla Virgen de medianoche. Otra, Lory, propuso Bubulina. Les contó de una puta
cuyos amantes, tres almirantes, le llenaban la tina con champaña y con ella se
emborrachaban, entiéndase con la bebida, no con Bubulina, ella no se bebía a sí
misma. Les explicó que no era cuento sino una película, un libro o ambos. Pero a
las compañeras no les gustó. Después de
una amistosa deliberación la llamaron Calle,
Calle dolida, calle perdida de tanto amar. En la lápida y con carmín
escribieron el nombre, rebelde, por encima
de un tímido NN: Calle más Calle. Todo
fue domingo ese martes. Incluido el bautizo que estos tienen sus días: fiestas
de guardar y domingos. La dejaron descansando bajo una colcha de flores. A
diferencia de la primera mujer, ninguna autoridad competente vino a exhumarla.