Con las variantes que dicta la madurez conservé una inquietud
infantil: verme por dentro. De niña me invadieron incógnitas sobre la parte
oculta de mí misma, mis adentros se dejaban sentir con peristaltismos, latidos,
tinnitus, dolores. Pero cómo sería recorrerlos en su conjunto, quizá nos hacía falta otro sentido. Una
película respondió a mi inquietud: “Viaje fantástico”, 1966. Me trancé: el cine
me permitía mirarme por dentro. Después
vinieron los artículos de la revista “Selecciones”: Soy el corazón de Juan, los
pulmones de Juan, las venas de Juan, etc. De adulta, entonces, me hice asidua
de la National Geographic. ¡Oh, mi cuerpo!, exclamó Whitman que le
cantó al cuerpo y enumeró sus partes. De manera que cuando anunciaron Los
Cuerpos de Gunter Von Hagens me
emocioné. Llegaba al museo La Tertulia de Cali una muestra amplia de la
anatomía que está debajo de la piel. Esta vez, en lugar de inquietud, tenía
expectativas. Me pregunté si en la colección vendría la piel. Ya la había
visto, en una fotografía, exhibida por un cuerpo como si fuera un zurrón.
¿Menos dramático? Está bien, pero igual de ilustrativo: una funda. Eso se
llamaba composición. Crecieron mis expectativas. No sólo aparecían los órganos
como si estuvieran irrigados por sus torrentes. La genialidad vinculaba la
ciencia y el arte, y no se sabía en qué lugar ubicar la producción. En ambos
lados porque todo se entrevera, opiné. La conjunción entre la ciencia y el arte,
en todo caso, producía la plastinación. Pero, ¿en qué consistía? Con el fin de
asistir menos ignorante a la exposición, eché mano de mis nociones sobre
embalsamamiento y entendí: el centro Von Hagens inicia el proceso con la misma
batalla de todas las civilizaciones a lo largo de la historia que consiste en
neutralizar la postrera manifestación de la vida en el cuerpo: las bacterias. Estos
tiempos cuentan con el formaldehido. En la siguiente etapa, y tal como lo
establecieron antiguas civilizaciones, se extraen los fluidos pero con técnicas
más contundentes: inmersión en acetona, exposición a una solución polimérica,
encerramiento en una cámara de vacío. Los químicos lo pueden explicar. Dicen
que el vacío esfuma la acetona y la solución impregna cada célula. Después, el
cuerpo, o su parte, ya investido de plástico recibe el toque último para la
consolidación de esa especie de eternidad. Se lo confieren, como un soplo de
vida, tres componentes, los de siempre, los únicos: calor, luz y, un elemento
gaseoso, equiparémoslo con el aire. Ya, menos ignorante, estuve lista para sumergirme en una alucinación, de qué otra
manera llamarle al milagro de verse uno por dentro. Al momento del ingreso fui
presa de los efectos que, en mí, produce el arte: expansión del espíritu.
Mudez. Como irrigada por sus líquidos, dominaba
el panorama la anatomía muscular en varios de sus actos: correr, danzar,
saltar, amar. Concluí, de paso, que yacer no tiene gracia. No niego el gusto. Los
repasé varias veces antes de quedar extasiada ante ese cuerpo hermoso que
exhibía, como un ropaje, su piel. Interpreté: apenas un órgano, el externo y
protector de los veinte restantes. ¡Maravilloso!
Pero, uno de veintiuno. Sólo uno. Así voleado como un trapo, alude a la infamia
más perniciosa de la humanidad: el racismo. Piel, en película de plástico,
incolora. En cien años tendrá el color de la tierra. Continúo: me regocijé
viendo el sistema vascular, las intrincadas redes arteriales, los cortes
transversales y sagitales del cuerpo, estuve boquiabierta ante el corazón, los
riñones, los pulmones. Pero me desconcertó un detalle: una banda en la muñeca.
Me dije: se desparramaron los tendones a causa del traslado, y alguien, un lego
absoluto, echó mano de un recurso prosaico, casi reprochable, para sostenerlos.
¡Los fijaron con un micro poro!, exclamé en voz alta. Y la vergüenza cedió en
ternura, de esa que se deshace en lágrimas, hacia la naturaleza y sus
procedimientos, cuando alguien me explicó: Es el ligamento que sostiene los
tendones. Luego, tomándome un café, recordé al poeta: …la expresión del hombre perfecto se manifiesta no sólo en su
rostro/Está también en sus miembros y articulaciones; está, de modo singular,
en las articulaciones de sus caderas y de sus muñecas.