lunes, 22 de enero de 2018

FELISA BURSZTYN


Como todo en la vida, el cerco contra el infierno contribuye a crearlo. Felisa se asa tras la máscara, las gafas y el delantal, la piel está que revienta en llamas, pero falta poco para completar la creación. Con acero de la misma remesa, elabora el último aro. El montón de chatarra, sin embargo, no prometía mayor cosa, apenas latas para ensayar sus inventos. Pero, escarbando, encontró unos pedazos de acero que resultaron ser suficientes. Y ahora surge una escultura como ella espera: con personalidad. No optó por la autógena para forjar hierro sino para insuflarle espíritu a la chatarra, eternidad a su alma. Con esta pieza, quedará lista su nueva colección de formas parecidas a nada. Esta de ahora, sólo para dar una idea, pues estas son palabras sin ilustraciones ni fotos, esta puede describirse como una guirnalda de aros, semejante a los antiguos ejercicios de caligrafía, pero está enroscada y, al mismo tiempo erguida sobre una plataforma trapezoidal y en declive. También hay una empalizada de garabatos a punto de volar, unas láminas en íntima comunión, y un exquisito espejo de cartuchos. Ninguna de las esculturas tiene parangón en el mundo, nada copian, ella habla de dar “nuevo uso a lo aparentemente muerto”, pero se queda corta, en realidad, se trata de un paso concreto a mejor vida pues las latas ascienden de una bodega de chatarra a un ambiente espiritual o de lujo sea que se queden en el Museo de Arte Moderno de Bogotá o vayan a parar a una mansión. Cuando les esperaba un futuro de óxido en esta vida, llega Felisa, también escapada de algo semejante al moho, y su pulso femenino  infunde alma con vibraciones de su vida que se agota, como todas las vidas.  De la suya rinde cabal cuenta el soplete cuyas plumas tienen un efecto búmeran, primero fijan las partes de la pieza y luego se devuelven a sus torrentes y les ponen alquitrán a sus pulmones y esquirlas a su corazón.