miércoles, 4 de marzo de 2015

DIANA GUERRERA



Lidió con el cadáver de su amor. Insepulto. Porque no se asomara a través de su rostro, pálido y tumefacto, ni impregnara las palabras que mal pudiera escribir, desapareció de las redes sociales. Los chulos revolotearon, las hienas hurgaron con sus narices  en los espacios vacíos de fotos. ¿Dónde están las fotos?, ¿dónde están las fotos? ¡Ni siquiera una foto de ella! Ya se sabe que la radiante aureola de la novia consiste, no en ella misma, sino en el novio. Percibían un cierto olor pero no había cadáver nupcial. Porque fue así como quedó: Blanca mortaja-estraple de seda y satín con aplicaciones de circón en el vuelo de la falda y en el velo. Sucede que la misma noche de bodas,  no bien llegaron a la habitación, él dijo: Acabo de cometer el mayor error de mi vida. ¿Cuál? Casarme. Entonces, el amor quedó herido de muerte, vestido de novia. El exorbitante peso de la ilusión acribillada, cayó sobre su humanidad. Exudando por sus atónitos poros, disolviéndose en las aguas de sus ojos. Sorbiéndose las gotas de su cotidiana vida, vestido de mortaja estraple, el cadáver de su amor yació en sus espaldas, pues no había ningún otro lugar sobre la tierra que pudiera recibirlo. Sólo estaban los carroñeros de las redes sociales que lo aman insepulto porque, al engullirlo, lo multiplican. Usuaria del facebook y del twitter, lo supo a tiempo. Y, con la incompleta desaparición que admiten las redes, ella se sustrajo. Definitiva y digna. Luego, bajo el empuje de sus gónadas y de su voluntad; bajo el influjo del tiempo y de la vida, enterró el cadáver de su amor. Y con plumas tornasoles resurgió de las cenizas.

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