POSAR DESNUDA EN LA HABANA (Reseña)
Por: ADELAIDA FERNÁNDEZ OCHOA.
Wendy Guerra es una autora cubana
que empezó su carrera literaria escribiendo poesía, dice que a los siete años.
Después escribió prosa bajo la forma de diario. Ese es el esquema de dos de sus
novelas “Todos se van” que fue galardonada con el premio Bruguera en 2006, y
“Posar desnuda en La Habana”. En uno de los paratextos nos informa el editor de
esta última novela que se trata de un diario apócrifo. El diario remite a otros
tiempos, tiene anacrónicas resonancias, es un género que se inscribe en las
llamadas escrituras del yo, como el libro de memorias y la autobiografía, pero,
a diferencia de estos que tienen como apoyo la convicción de ser paradigmáticos,
de querer fungir como modelos, o el convencimiento de que sus vidas estás
marcadas por eventos extraordinarios que se cruzan con la gran historia, la
historia de una nación, por ejemplo, el diario íntimo, al menos en principio,
no pretende nada, su autor o su autora
puede escribirlo sin afán de publicación y presenta una visión muy personal,
muy íntima del mundo por lo cual llega a desvincularse de las expectativas
sociales, de los derroteros institucionales. El diario, en cuanto género
literario, tiene entre sus característica a la transgresión. La persona que
escribe desecha esquemas, perspectivas rígidas sobre la vida, exterioriza sus
demonios o al menos les permite que se asomen. Y tiene otra característica que
se vincula con la recepción, con el lector. Nos dice Jena Philip Miraux que
este género suscita voyerismo: el lector se asoma a la vida de…, la fisgonea.
El diario se enmarca dentro de un halo de intimidad.
Y este género, escrito desde una
perspectiva femenina se estructura según unos rasgos muy definidos que autores
como Ciplijauskaité Biruté, distinguen en esta escritura. Tales rasgos se
relacionan tanto con los asuntos que aborda como con la escritura. En cuanto a
los temas recurrentes están el incesto, el erotismo, la desacralización de figuras
veneradas por la sociedad, la figura materna se cuenta entre los íconos que la
transgresora destroza; otro tema recurrente es la homosexualidad. La
composición, la sintaxis, por su parte, se caracteriza por ser fragmentada, no
hay una aparente solución de continuidad entre párrafos o entre capítulos. La
estructura toma rasgos de la vida misma, es impredecible, los enunciados
tienden a ser cortos, la escritura se hace dinámica, se puede bogar glu, glú,
como un vaso de agua.
Wendy Guerra incorpora todas
estas características en “Posar desnuda en La Habana”. La novela incluye su
rasgo herético de la figura materna: “Madre
no entendió nada, no se podía razonar con ella, era primitiva en sus celos,
irritable, tiránica… / Madre, la araña, voraz, bestial nada voluptuosa,
naturalista, nada romántica. Destructora de ilusiones. Desaseada, sucia, sin
coquetería ni gusto” p.196
En relación con el padre dice: “Será acaso posible para mí editar algún
día todo el diario de nuestro encuentro, sin expurgar, sin castrar, sin miedo a
que nos juzguen. Con gusto abriría la jaula que nos mantiene en silencio y
sacaría a la luz la realidad de lo que hemos sido. Les dejaría leer en
plenitud, iluminando a mano lo prohibido; estoy segura, Padre, de que muchos
quisieran hacer lo que nosotros nos atrevimos a probar en carne propia, pero se
hallan en la prehistoria de nuestra piel” p.170.
En el contexto de la novela, su
iniciación lésbica la vive con Flor. Dice:
“Flor y yo nos dormimos abrazadas, llorando sobre el asiento trasero de su
enorme automóvil. Tragando lágrimas ajenas. Sorbiendo besos y quejidos, saliva
y milagros de nuestros pechos y nuestros ojos, arrebatadas de ganas, unas
inmensas ambiciones de bastarnos a nosotras mismas con nuestros infantiles
cuerpos. /Soy feliz amándola en mi propia imagen”
El personaje, además, celebra la irrupción de
otro tipo de mujer en oposición a la niña recatada de la época. Dice: Flor es el rompimiento mismo, el desacato
íntegro y la verdad descarnada a cualquier precio. La insuperable sinceridad.
La belleza a ultranza de lo sobrio. Flor es flor porque ha nacido tempestad, no
por su nombre ni su papel sobre la tierra” p.137. En este caso, el nombre cobra un sentido
particular pues la narradora desarticula el valor simbólico que tienen las
flores en relación con a la mujer. Esta Flor es una mujer con otras
resonancias.
Esta novela, este diario
apócrifo, abarca un episodio en la vida de Anaïs Nin Culmell, una escritora
nacida en Francia, de nacionalidad estadounidense y ascendientes cubanos tanto
paternos como maternos. Anaïs Nin fue considerada la primera autora
estadounidense que escribió textos eróticos. Ella empieza a escribir un diario
a la edad de once años, había nacido en 1903, y lo publica en 1966. Posar desnuda en La Habana se desarrolla
a partir de una estadía de Anaïs Nin en Cuba adonde llega, en 1922, con el
objetivo de recuperar memoria sobre el padre: “Vengo a dragar mi drama, a enjuagar esta memoria que no me deja en
paz, que no me suelta, bordada por misteriosos acentos” p.14. Esa desazón,
esa intranquilidad que quiere resolver se vincula con el padre y, manifiesto
como está en las primeras páginas, sugiere uno de los ejes, de las grandes
funciones narrativas, erotismo-sensualidad-amor en los que se entreveran el
padre, los amantes, el novio, el esposo. En este eje narrativo, Wendy Guerra
explora y desarrolla el complejo de Electra definitivamente transgresor, es
decir, un episodio que no se conjura a través de la sublimación y que, además,
fue una especie de mito que, sobre sí misma, construyó o reforzó Anaïs Nin: un
romance apasionado que vive con el padre cuando lo encuentra al cabo de casi
veinte años de abandono. Como nota marginal, independiente de la novela, un
hermano de la autora desmiente la versión, para él ese episodio incestuoso es
producto de la desbordada inventiva de la escritora. Pero Wendy Guerra
incorpora este aspecto en la construcción del personaje y lo convierte en
sustrato de todas las dislocaciones: “Me
llevo todo, me fugo cleptómana y lujuriosa al fin de mis días cubanos. Padre va
en mi cuerpo como el primero de los hombres posibles. No lo dejo atrás, va en
la hipnosis que provoca mi estrábica mirada” p.166. Cuando Anaïs Nin llega a Cuba tiene 19 años.
Llega a buscar la memoria del padre, una memoria que no reside en documentos ni
testimonios sino que ella encuentra en
la esencia misma de Cuba, dice: “Este
opio cubano vive en el aire, es una sustancia constituida por sal y mariscos,
mieles descompuestas, escaso semen y lágrimas maquilladas, aderezadas por
voces, maracas y guitarras, las sensaciones ajenas no me dejan respirar, me
asfixian” p.168. Con respecto al amante de ocasión y primer hombre en su
vida, Julián, ella dice: “Julián huele a
Cuba, y Cuba huele a mi padre” p.114. Fragmentos como los que acabamos de
leer nos permiten establecer el tono poético que no solo maneja la escritora
sino que los sostiene a lo largo de la obra. La armonía de la novela, su
cadencia, se la da el tono poético que construye la escritora reuniendo en un
contexto, vinculando, cosas disímiles, encasquetando adjetivos impensables,
construyendo hipálages, metonimias, metáforas.
Aparte de buscar al padre llega a reponerse de
dos situaciones, la pobreza y la indecisión del novio que no se resuelve a
casarse. Anaïs persiste en ese hombre, Hugo Guiler, que tan pronto se dispone
como se aleja, pero al cual ella se aferra en la idea de que está enamorada y
en la claridad de que él la va a rescatar de la pobreza. Al final se desvirtúa
la primera idea y, en cambio, tiene curso la segunda: “¿Hugo es el adecuado?, ¿Hugo es la persona a la que me entrego en
salvación?” p.122 El criterio que manifiesta Anaïs sobre el matrimonio
contribuye a que el lector descifre ese sentimiento hacia Hugo: qué tiene de
apego, qué de desafío, qué de interés. Ella
dice: “¿Qué será el matrimonio sin ese velo de tul blanco que luego se va
tiñendo, poco a poco, con un tono color humo, imperceptible? ¿El tul va
oscureciéndose poco a poco hasta llegar al luto? ¿Es posible arrancar el velo?
¿Es posible casarse sin un velo? ¿Sin una cola voraz que nos persiga, para
siempre? Veo a mis tías, las tiran de sus colas sus matrimonios infelices” p.101. Estos interrogantes que tanto preguntan como
reflejan una percepción elaborada a partir de experiencias vistas, operan de
dos formas, por una parte contribuyen a sembrar expectativas, en el lector, que
no se verán colmadas, y por otra configuran una Anaïs transgresora que luego,
por asuntos prácticos, va a recalar en lo convencional. Aunque a lo
convencional ella le imprime su sello, se casa vestida de negro, se inserta en
un común denominador, además, lamentable en su caso porque el marido no la
colma, no la llena. Entonces tenemos una mujer no sólo transgresora sino
también oportunista y calculadora que negocia su libertad a cambio de un
bienestar económico.
Un rasgo de esta novela es que
Wendy Guerra ubica unos hitos de sentido, unos núcleos en los diarios de Anaïs
Nin que permiten descifrar al personaje, casi mostrar el panorama de lo que fue
su vida, si bien la novela abarca una estadía en Cuba adonde llega tras las
huellas del padre, incluye notas de años posteriores 1933, 1947, 1956 sobre
episodios en los que esos hitos tienen continuidad, esos hitos, que se definen
en La Habana, siguen marcando su vida. Otra característica de esta novela es la
incorporación de la técnica del pastiche, el pastiche no paródico, tanto en el
discurso como en la estructura de la obra. Con respecto al discurso, la autora
entrevera la palabra de dos diarios: el apócrifo y el auténtico, y no sólo
armoniza de manera magistral su discurso con el de Anaïs Nin sino que logra
equiparar el tono poético de la autora. Sólo porque los fragmentos del diario
auténtico aparecen en bastardilla el lector identifica uno y otro, dice: “Como Flor siento que tengo arandelas y
tornillos que me integran y se desacoplan. Quiero escribir, basta de ser
continente. Lo necesito de una vez. / Durante muchos días he vivido sin mi
droga, sin mi vicio secreto: mi Diario” p.78 También ilustra la técnica del
pastiche, esta vez en el plano estructural, la incorporación de otros géneros
como el poema, la reseña, la epístola; y formatos de la receta, el aviso,
registros de nombres que no le aportan a la narración, el itinerario de su
pesquisa, el árbol genealógico de Anaïs Nin. La obra misma en cuanto género, se
recibe como una novela pero se presenta como un diario apócrifo. Incluso el
personaje se orienta hacia ese foco: incorpora lo real y la ficción. Y la misma
Wendy Guerra se inserta en la dinámica de su novela. Para escribir esta obra
Wendy Guerra indaga en archivos de New York, Los Ángeles y Paris a los que
accede gracias a becas, y no sólo recoge en sus fuentes los itinerarios de
Anaïs Nin sino que ella misma se vincula de manera muy estrecha con el
personaje, se identifica con la escritora, bien lo dice en una de sus
entrevistas: cada mujer tiene una Anaïs Nin adentro, sobre todo la mima Wendy
Guerra que comparte con la escritora muchos rasgos: ser poeta, ser bella, posar
…vestida y desnuda, ubicar la sensualidad y la sexualidad como principios
creadores y escribir diarios desde la niñez, (Wendy Guerra escribe Todos se van a partir de sus notas de
diario). Por último lo que pudo ser
primero: el nombre: Posar desnuda en La
Habana, título provocador, tanto refiere un episodio de la novela como
produce resonancias políticas no tanto en cuanto se refiere a asuntos de estado
o de sistema, sino a esas fuerzas atávicas que fungen como un polo a tierra de
la sociedad. La novela deconstruye valores y costumbres y construye poesía. Distintos
tipos de lectores se pueden aproximar a ella: el provocador, el alternativo, el
abierto, el tradicionalista. Este le negocia y hasta le entiende la
transgresión por el altísimo vuelo
poético de su prosa.