lunes, 9 de abril de 2018

GÓTICO


 Él se azotaba contra las paredes, los motivos eran la escuela, la madre, la novia que dejaba una estela de hormonas a su paso, no era por otra cosa que los muchachos salían detrás. A él le parecía que ella se dejaba oler. Y, la madre, ¿por qué tenía presencia de sombra? Su concepto sobre la escuela se resolvía entre dos estados: la rebeldía y la pereza. Y se expresaba con una frase contundente: ¡Abajo la institución! We don’t need your education. Pero las expectativas de esos tres tormentos lo presionaban: consejos, malas notas, una que otra amenaza, la mayor de todas se la infligían los estrógenos de la novia. Y ya sabía que la ira tenía consistencia de piedra. ¡Cómo le apretaba el pecho! Entonces se azotaba contra las paredes. Piedra contra piedra. Pero salía del combate con moretones y chichones en la frente. Los amigos llegaron a identificar los chichones con los cuernos. Entonces enfiló baterías contra la novia. También contra la madre. Y le dio la espalda estudiantil, estrecha, encapuchada,  en alto el dedo cordial, a la escuela. Le exigió a la novia que lo visitara de cuatro a diez. También que fuera a estudiar, pues el colegio no representaba mayor amenaza, era femenino regentado por monjas. Entonces tenía la mañana libre para dibujar figuras góticas. Y atormentar a los vecinos con su dark music.  A la madre le exigió que no regresara del trabajo antes de las diez. Cada día era más gótico y perceptivo de la amenaza hormonal. La novia, entonces, se cansó. Faltó un par de días. Al tercero, él la esperó a la salida del colegio y la llevó para su casa a empellones. Ella lloró, le dijo que lo amaba pero que estaba cansada de que la presionara. ¿Y, tú no me presionas a mí? ¿Yo? ¡No, yo, pendeja! Yo, ¿qué hago? Mostrar las tetas y mover el culo. ¡Oigan a este! Mejor, terminemos, y te consigues una novia sin tetas ni culo. Si te vas me mato. ¡Oigan a este! Se paró de la silla, estaban en el comedor que a su vez estaba pegado a la sala y a dos pasos de la cocina. Fue a la nevera, se sirvió un vaso de agua, y el primer sorbo se lo sopló en el rostro, también le aventó lo que quedaba en el vaso. Derribó un par de sillas y pudo salir de la casa. A las diez de la noche que regresó la mamá, el muchacho cuan gótico era, dark y furioso, se llamaba Orlando, colgaba de una viga.